El tema del consumo de drogas en Cuba ya no se puede esconder debajo de la alfombra, y ni el propio Díaz-Canel pudo evitar mencionarlo. Este lunes, en una de esas visitas que parecen más paseos que acciones reales, el gobernante estuvo en Guanabacoa, un municipio habanero que ya suena con fuerza cuando se habla de estupefacientes. Aunque, seamos claros, el problema ya se ha regado por todo el país como pólvora mojada.
En su intervención, que fue más bien superficial y sin muchos detalles, Díaz-Canel volvió a apelar al discurso de siempre: que si la comunidad, que si la familia, que si hay que sumar esfuerzos. Dijo que hay que vincular al estudio y al trabajo a los que andan desconectados, y que el combate a las drogas empieza en casa.
“Aquí sabemos que hay preocupaciones”, soltó el mandatario, como quien apenas acaba de enterarse de algo que la gente lleva años gritando en redes y medios alternativos. Pero más allá de esas palabras recicladas, no ofreció ni una cifra, ni una medida clara, ni una estrategia con los pies en la tierra. Solo la misma cantaleta institucional de siempre.
Lo que no dice Díaz-Canel, pero sí se comenta por la libre, es que el consumo de drogas en Cuba va en ascenso y sin freno, especialmente entre los jóvenes. Y no hablamos de marihuana o pastillitas inofensivas, no. Hablamos de una versión cubana del llamado “químico”, un cóctel sintético que mete miedo de verdad. Según reconocen peritos del propio Ministerio del Interior, esta sustancia puede incluir desde fentanilo y formol hasta tranquilizantes para animales. Un veneno en toda regla.
Este reconocimiento oficial marca un antes y un después, porque hasta hace poco el régimen prefería decir que eso no era problema en Cuba, que aquí no pasaba nada grave. Pero la realidad ha explotado en la cara, con casos de sobredosis, ingresos hospitalarios y más procesos penales por tráfico de drogas.
Y como si fuera poco, el medio oficialista Cubadebate soltó una estadística que eriza la piel: el 90 % de quienes prueban esta droga quedan enganchados desde la primera dosis. Así de peligrosa es. Así de cerca está del barrio, del aula, de los parques donde los chamacos se juntan a matar el aburrimiento.
Mientras tanto, las autoridades siguen con su enfoque de “comunidad y familia”, como si eso bastara para enfrentar una crisis que claramente necesita respuestas estructurales, médicas, educativas y legales serias. Pero bueno, ya sabemos cómo funciona esto: reconocer el problema sin asumir responsabilidad directa es el deporte favorito del gobierno.