Lo que antes se vendía como uno de los grandes logros del sistema cubano, la salud gratuita y universal, está quedando en el pasado. Un reportaje del periódico estatal Escambray, de Sancti Spíritus, ha sacado a la luz un secreto a voces: los pacientes con cáncer están teniendo que pagar “por la izquierda” hasta 70 mil pesos para acceder a radioterapia.
Así, sin mucha vuelta, lo soltó la periodista Mary Luz Borrego en su trabajo titulado “La angustiosa odisea de los medicamentos”. Y aunque el texto intenta disfrazar la situación con un tono institucional, lo que realmente muestra es el colapso brutal del sistema sanitario cubano.
El propio periódico reconoce, con todas sus letras, que hay quienes deben “pagar a discreción” para recibir tratamientos tan cruciales como la radioterapia. Y aunque no lo puedan “probar”, como ellos mismos dicen, lo cierto es que la gente ya ni se sorprende. Porque eso se sabe hace rato en las colas, en los pasillos de los hospitales y en los grupos de WhatsApp donde la gente busca desesperadamente lo que el Estado no tiene.
En medio de esta crisis, la falta de medicamentos se ha vuelto el pan de cada día. Según datos oficiales de la Dirección Provincial de Salud, apenas la mitad del cuadro básico está disponible. Y eso si tienes suerte, porque muchas veces ni los antibióticos, ni los analgésicos, ni los medicamentos del tarjetón para enfermedades crónicas aparecen por ninguna parte.
Pero la escasez no se queda en las farmacias. En los hospitales también faltan cosas tan básicas como jeringuillas, bisturíes, catéteres y sondas. Ni hablar de los citostáticos que necesitan los pacientes oncológicos. Todo eso brilla por su ausencia, y el que lo necesite tiene que buscarlo en el mercado negro… si tiene con qué pagarlo.
En ese “mercado” paralelo, los precios dan miedo: una prótesis de cadera puede costar 60 mil pesos. La Amoxicilina, que antes no faltaba ni en las casas, ya está en 700. El Rosefín en 650. Y una simple crema dermatológica puede costarte más que un salario mensual. Y ni siquiera hay garantía de que sean auténticos.
El propio CECMED —el organismo que regula los medicamentos en Cuba— ha alertado sobre los peligros de estos fármacos falsificados. Pero claro, cuando la necesidad aprieta, muchas familias no tienen más opción que lanzarse con los ojos cerrados, a ver si suena la campana.
El reportaje intenta vender como consuelo que se sigue apostando por la medicina natural y los programas materno-infantiles. Pero eso, sinceramente, suena a disco rayado. Porque la realidad que vive la gente es otra: un sistema de salud desmantelado, desigual y sumido en la precariedad, donde el dinero —no el derecho— decide quién recibe atención.
Y aunque el gobierno insista en repetir que la salud en Cuba es gratuita, este tipo de publicaciones, salidas desde medios estatales, dejan claro que lo que antes era un orgullo nacional hoy es una ficción sostenida con alambres.