En medio de tanto sueño migratorio y tanto esfuerzo legal, hay historias que se clavan como espinas. Liadys Madrazo lo resumió con una frase que da en el corazón: “Nosotros hicimos todo legal… y somos los que estamos pagando el precio”. Su caso, como el de muchos cubanos que buscan reunirse con su familia en Estados Unidos, muestra un lado doloroso de un sistema migratorio que, en vez de abrir puertas, a veces las cierra sin previo aviso.
Un proceso limpio que terminó en un portazo
Liadys empezó el camino de reunificación con todas las de la ley. Quería traer a sus padres con ella, para tenerlos cerca, para que pudieran disfrutar de sus nietos. Todo iba viento en popa: papeles, entrevistas, trámites… Y su mamá, ama de casa, recibió la aprobación sin contratiempos.
Pero con su papá, la cosa fue diferente. A sus 60 años, después de toda una vida de trabajo como técnico en una empresa estatal cubana, le pidieron declarar si alguna vez fue miembro del Partido Comunista. Él, como buen cubano honesto, respondió que no. Y esperó. Catorce meses después, llegó la noticia que nadie quería: visa denegada.
“Es un hombre que lo único que quiere es ver a sus nietos y estar en paz. ¿Qué daño puede hacer él?”, se preguntó Liadys, sin entender cómo un pasado laboral puede pesar más que una vida de sacrificios.
Un patrón que se repite y duele
Lo más duro es que no es un caso aislado. La abogada Joana Soler, del equipo legal de Willy Allen en Miami, reveló que al menos siete familias cubanas han pasado por lo mismo en los últimos tiempos. Todas con historias similares: gente que trabajó como médico, maestro, técnico o enfermero… y que ahora les dicen que no pueden entrar a Estados Unidos porque su empleo estuvo vinculado al Estado cubano.
“Son profesionales que no hacían política ni propaganda, solo hacían su trabajo”, aclaró Soler. Pero el sistema los mira con lupa, y si ven vínculos –aunque sean laborales– con el gobierno o el Partido, los marcan como inadmisibles.
Una política incoherente y desgastante
La abogada no se queda callada: “Dicen que quieren una política migratoria organizada y coherente, pero lo que estamos viendo es todo lo contrario. Están tratando a estas personas como si fueran una amenaza”. Y lo más contradictorio es que, muchas veces, la única opción que les dan es llenar un formulario para pedir perdón (el famoso I-601).
Pero, ¿cómo vas a pedir perdón por algo que no hiciste mal?
“Si tú dijiste la verdad desde el principio, y ahora te piden pedir disculpas, es como decir que mentiste. Eso puede complicarte más aún la vida”, explicó Soler. Por eso, ella prefiere presentar evidencia que respalde la historia de sus clientes: vidas tranquilas, carreras limpias, ninguna afiliación política. Solo personas que quieren estar con su familia.
¿Ser trabajador del Estado cubano es un delito?
Este dilema destapa una discusión más profunda. Durante décadas, el Estado fue el único empleador legal en Cuba. ¿Cómo vas a castigar a alguien por haber trabajado en lo único que había disponible? Para muchos expertos en derechos migratorios, esto no es más que una forma encubierta de discriminación.
Y, aún más grave, es una contradicción con la propia filosofía del programa de reunificación familiar, creado precisamente para facilitar que los cubanos puedan reencontrarse legalmente con los suyos en EE.UU.
Una paradoja dolorosa
Al final, muchos como Liadys se quedan con una sensación de injusticia tremenda. Hicieron todo como se supone que debe hacerse: sin inventos, sin atajos, sin mentiras. Pero, aun así, sienten que el sistema los castiga por un pasado del que no pueden escapar.
En un país donde millones de cubanos han tenido que trabajar para el Estado, seguir usando ese pasado como excusa para cerrarles la puerta no solo es injusto… también es cruel.