Ayer, el corazón del viejo Wajay sintió un golpe duro. Un derrumbe en la Carretera Norte dejó en ruinas seis viviendas históricas, justo en una de las zonas más simbólicas del poblado. Aunque por suerte no hubo que lamentar muertes, el desastre volvió a poner sobre la mesa el abandono que sufre este rincón cargado de memoria.
El Wajay no es cualquier lugar. Esa carretera que hoy está llena de escombros alguna vez fue una vía viva que unía al pueblo con el Central Toledo y el legendario Hipódromo de Marianao, dos sitios que también han desaparecido bajo el peso del tiempo… y la desidia. El propio Wajay fue, en su momento, centro neurálgico de rebeldía, trabajo y progreso, cuna de líderes, emprendedores y visionarios que traían a la capital lo último que llegaba por mar o por aire desde la Florida.
“Eso era patrimonio”, se quejan los vecinos con rabia y tristeza. Y tienen razón. Las casas de madera con techos de tejas, verdaderas joyas del pasado, llevaban años deteriorándose, sin que nadie moviera un dedo. El argumento oficial siempre fue el mismo: no se podía tocar nada porque era “zona patrimonial”. Pero lo que antes fue orgullo, hoy son solo ruinas que hablan de olvido.
La noticia se regó como pólvora en redes sociales y en plataformas como Revolico, donde comenzaron a circular fotos del lugar tras el colapso. Las imágenes son desgarradoras: paredes caídas, techos vencidos y recuerdos sepultados bajo el polvo.
Hasta el momento, no ha habido ningún parte oficial que explique qué provocó el desplome ni cuál es la situación exacta de las familias afectadas. Lo cierto es que ya se sabía que esas casas estaban al borde del colapso, pero nunca llegaron los permisos para restaurarlas. Las autoridades insistieron en que no se podía intervenir por tratarse de un bien protegido, pero ¿de qué sirve proteger algo que ni siquiera se mantiene?
La gente en Wajay no necesita promesas ni más discursos huecos. Lo que piden es atención real, soluciones de verdad. Porque si no se hace nada, el próximo derrumbe no solo será de paredes y techos, sino del alma de un pueblo que lleva demasiado tiempo resistiendo al abandono.
Mientras tanto, el Wajay llora otro pedazo de su historia que se vino abajo sin que nadie lo evitara.