En TikTok, entre bailes y chismes, a veces se cuela la vida misma con toda su crudeza. Así pasó con el testimonio de una madre cubana que emigró sola a Estados Unidos, dejando atrás lo más valioso que tiene: sus hijos. Su historia se volvió viral no por escandalosa, sino porque dolía. Porque hablaba de ese sacrificio que muchas madres hacen en silencio y que, aunque esté disfrazado de valentía, huele a soledad.
“Yo vine para acá por ellos”, cuenta con la voz quebrada. No fue una elección fácil. Su hermano la incluyó en el proceso de parole, pero los niños no podían ir. “Me dijeron ‘sí mamá, ve… después nos llevas’”, recuerda. Ella, con ese miedo típico de madre a que un día se le monten en una balsa, tomó la decisión: venir primero, aguantar, luchar, y esperar el reencuentro.
Pero el tiempo pasa. Y aunque en su cabeza sigue siendo mamá 24/7, la vida de sus hijos en Cuba ha seguido sin ella. “Yo soy como la que está allá, la que manda…”, dice con un dolor que traspasa la pantalla. Le duele no ser parte del día a día, que la vean como una figura lejana, la que resuelve, no la que abraza.
Y no es que se queje por lo material. Todo lo contrario. “Mis hijos tienen tenis de 400 dólares, y yo ando con uno de 7 de Temu… y no me importa”, suelta con orgullo. Pero cuando llega el Día de las Madres y ni un “felicidades” recibe, el pecho aprieta. “Una vecina me felicitó… pero de mis hijos, nada”. Esa es la factura emocional del exilio que nadie te advierte cuando empacas las maletas.
Habla también de su hijo menor, el que era su “espejito retrovisor”, su sombra, su compañero. Hoy, ese niño escribe historias donde ya no la menciona. Ahora el héroe es el papá. Ella desapareció del cuento, como si fuera un personaje secundario en su propia vida.
Y aunque sigue firme, el contexto político también le hace tambalear. “Si Trump gana y todo se pone peor, yo viro. Yo llevo planta, llevo cosas, yo viro”, dice entre risas y lágrimas. Pero sus hijos son tajantes: “Tú quédate, que nosotros queremos irnos”. Ella obedece. Como siempre.
Su testimonio no está solo. En los comentarios, otras madres dicen lo mismo: “Mi hija me ve como un cajero automático”, “limpiarnos las lágrimas y seguir”. Algunas voces, más duras, critican: “Los hijos no se dejan atrás”. Pero la mayoría entiende: nadie sabe lo que hay en el corazón de una madre que se fue por amor.
Este no es el primer testimonio de este tipo, ni será el último. Lo vimos también con Fariri López, con Nathyy Zaldivar, con tantas que prefieren no celebrar la Navidad hasta que estén todos juntos. La psicóloga Carelis Conde ha hablado incluso de la culpa, ese sentimiento silencioso que acompaña a tantas madres migrantes.
La historia de esta mujer nos sacude porque es real, porque no tiene final feliz… todavía. Porque muchas, como ella, cada noche se preguntan lo mismo: ¿valió la pena dejar todo para que ellos tuvieran más?