Miguel Díaz-Canel apareció este jueves en Manicaragua, Villa Clara, dándose un paseíto por un hogar de ancianos como parte de esos recorridos que, según la prensa oficial, está haciendo por todo el país. Pero lo que pretendía ser un gesto de cercanía terminó siendo un reflejo incómodo de la realidad cubana, y no precisamente el que quería mostrar la Presidencia.
Las imágenes compartidas por los medios del gobierno dejaron a más de uno con el estómago apretado. Ancianos visiblemente desnutridos, con rostros cansados y cuerpos frágiles, sentados en sillas metálicas, mientras alrededor desfilaba una comitiva de funcionarios frescos, bien vestidos y con cara de que no han pasado una necesidad en su vida.
Ahí estaba el mandatario, con su camisa azul celeste bien planchada, zapaticos lustrados y el logo presidencial bordado en el pecho, sonriendo y dándole la mano a los viejitos como si nada. Todo muy pulcro, muy organizado. Pero la escena, lejos de transmitir humanidad, terminó mostrando el contraste abismal entre los que mandan y los que sobreviven.
La imagen que habla más que mil discursos
Según la versión oficial, el hogar fue fundado en 2010 y, supuestamente, garantiza atención médica especializada y alimentación para todos los residentes. Así lo aseguró la directora del centro, la doctora Eleanay Santana, quien también explicó que varias instituciones priorizan el envío de recursos al lugar.
Durante la visita, Díaz-Canel se interesó por las enfermedades de los internos, preguntó si estaban recibiendo buena atención médica, y hasta indagó sobre las reparaciones del inmueble. Pero lo cierto es que las fotos decían otra cosa: cuerpos delgados, miradas perdidas y un ambiente donde lo que más se sentía era el abandono acumulado.
Esta no es la primera vez que una visita presidencial a centros de este tipo deja más preguntas que respuestas. Ya en abril, durante un recorrido similar en Las Tunas, pasó lo mismo. Mientras los medios del Estado destacaban testimonios alegres de algunos ancianos, los reportes independientes hablaban de hambre, suciedad y falta de medicamentos.
Los más viejos, los más olvidados
Cuba atraviesa una crisis alimentaria profunda, y los ancianos son, sin dudas, los que peor la están pasando. El reciente informe “En Cuba Hay Hambre (2024)” de la organización independiente Food Monitor Program (FMP) lo deja claro: uno de cada cuatro cubanos se acuesta sin cenar. Y la situación en los hogares de ancianos no escapa a ese panorama.
El estudio, basado en más de 2,700 encuestas en todo el país, revela que el 96,9% de las personas ha perdido acceso a alimentos por culpa de la inflación. Muchos se las arreglan con dietas pobres o no saludables, y más del 30% apenas logra comer dos veces al día… o una sola vez. El 63% de los hogares convive con adultos mayores, muchos de ellos con discapacidad o enfermedades crónicas.
En ese contexto, los hogares de ancianos, que dependen casi por completo del Estado, quedan atrapados en el ojo del huracán: sin recursos, con apagones constantes, sin agua potable, y luchando por sostenerse con lo poco que llega. Alimentarse en Cuba ya no es un derecho, es una pelea diaria.
Y la mayoría no tiene dudas sobre quién es el responsable. El 64% de los encuestados culpa al gobierno cubano por el desabastecimiento, mientras que solo un 8% menciona el embargo estadounidense.
Una postal de la crisis nacional
La visita de Díaz-Canel en Villa Clara no fue solo un acto político. Fue una fotografía viva de lo que muchos cubanos sienten todos los días: una brecha inmensa entre el discurso oficial y la vida real. Una generación de abuelos que lo dio todo por un país que ahora los deja pasar trabajo, mientras quienes están en el poder se pasean con aire acondicionado y zapatos caros.
El contraste no necesita explicación: la realidad habla por sí sola.
