El presidente cubano Miguel Díaz-Canel sacó otra vez el viejo libreto y volvió a ponerle el sello de “antisociales” y “delincuentes” a los jóvenes que se han tirado a la calle en protestas pacíficas. En lugar de escuchar las voces de inconformidad, el discurso oficial sigue apuntando al estigma y la descalificación.
Durante el episodio 30 de su pódcast Desde La Presidencia, Díaz-Canel se sentó a conversar con un grupo de muchachos sobre el Maleconazo, aquel estallido social del 5 de agosto de 1994 que marcó un antes y un después en la historia reciente de Cuba. Pero en vez de hacer autocrítica, volvió a echarle la culpa a “manipulaciones externas” y aseguró que los manifestantes de entonces —y por extensión, los de ahora— no forman parte del verdadero “pueblo revolucionario”.
La historia vuelve a repetirse con otro nombre y la misma censura
Según el mandatario, lo que ocurrió en aquel agosto del 94 fue un acto delictivo orquestado desde fuera, y los jóvenes que participaron eran “nuestros antisociales” que, según él, hay que “transformar” porque están muy lejos del pensamiento martiano. “Tenemos que volver a Martí”, dijo, recomendando leer el ensayo Martí en la hora actual de Cuba, del escritor Cintio Vitier, como si con eso se resolviera el malestar que hoy se respira en la calle.
En tono de reproche, calificó el Maleconazo como una protesta “que creyó que iba a tumbar la Revolución”, minimizando así el peso social y político que tuvo aquel momento para miles de cubanos desesperados por un futuro mejor.
Martí como escudo para no hablar de la realidad
El gobernante recurrió a la figura de José Martí como si eso pudiera blindar su discurso, asegurando que los jóvenes que protestan están desorientados y que “el imperialismo los usa”. A su juicio, aunque esos jóvenes estén en contra del sistema, siguen siendo parte del pueblo y por tanto hay que “rescatarles el alma”. Pero esa mirada paternalista no oculta el verdadero fondo del mensaje: todo el que alce la voz será señalado y silenciado.
Protestar no es delito, pero en Cuba lo tratan como tal
Estas declaraciones llegan justo cuando la crisis en Cuba está tocando fondo, con un colapso eléctrico que ha encendido —literal y emocionalmente— a una población agotada por apagones interminables, falta de alimentos y servicios básicos por el piso. Aun así, la respuesta del gobierno sigue siendo la misma de siempre: etiquetar, deslegitimar y reprimir.
No hay que ir muy lejos para ver las consecuencias. Después del 11J, más de mil personas terminaron presas por salir a la calle a pedir cambios. Y en los últimos meses, las manifestaciones contra los apagones han sido contenidas con mano dura y vigilancia constante.
La juventud cubana ya no quiere consignas ni más justificaciones
Los jóvenes de hoy no están pidiendo milagros, sino condiciones dignas para vivir. Pero en lugar de soluciones reales, reciben etiquetas ofensivas y discursos que suenan cada vez más desconectados de la realidad. En Cuba, al parecer, protestar sigue siendo un pecado… y un peligro.
Díaz-Canel podrá seguir hablando de Martí, de “transformar antisociales” o de ensayos viejos. Pero mientras tanto, la calle sigue ardiendo y el pueblo sigue esperando respuestas que no llegan.
