En una Cuba que se cocina al sol entre apagones interminables, estufas apagadas y refrigeradores convertidos en armarios, el presidente Miguel Díaz-Canel decidió cambiar la crisis por el ritmo, al menos por un rato. Durante una visita al municipio de Esmeralda, en Camagüey, el mandatario fue captado moviendo el esqueleto y aplaudiendo al compás de la música haitiana. La escena fue tan desconectada del drama diario de los cubanos, que no tardó en levantar ronchas.
En redes sociales el video no tardó en explotar, y no precisamente por lo sabroso del ritmo. Mientras la mayoría del país lidia con más de 24 horas sin electricidad, el presidente parece estar en otro canal… uno con aire acondicionado y banda en vivo.
Un país en penumbras y un presidente de fiesta
Vestido con su guayabera de costumbre y una sonrisa de oreja a oreja, Díaz-Canel compartió abrazos con la presidenta del Partido en el municipio y bailó sin mucho apuro. Nada en su actitud dejaba ver preocupación, ni por los apagones, ni por la falta de comida, ni por la desesperanza que se respira en cada rincón del país.
Ese momento de alegría presidencial contrasta duramente con la cruda realidad que vive la mayoría de los cubanos: apagones kilométricos, hospitales sin recursos, precios por las nubes y refrigeradores vacíos. Una fiesta de problemas donde nadie tiene ganas de bailar.
El guion de siempre, con las promesas de nunca
Como es costumbre en sus recorridos, Díaz-Canel soltó su repertorio habitual: que si la creatividad del pueblo, que si la resistencia heroica, que si la resiliencia del cubano. Pero no dijo ni cuándo ni cómo se resolverá el apagón nacional que parece haberse instalado como otro inquilino en las casas.
Durante su paso por un molino arrocero en la provincia, habló de inversiones y producción, pero sin soltar ni una cifra concreta ni una fecha que inspire esperanza. Todo quedó en palabras bonitas que se desvanecen como el arroz en las bodegas: prometido, pero invisible.
La realidad que no se ve en la televisión
Mientras en el noticiero se muestran imágenes felices del mandatario recorriendo instalaciones, los barrios del país siguen sumidos en la oscuridad literal y económica. La electricidad va y viene, pero los problemas se quedan. Y para colmo, el discurso oficial parece cada vez más alejado de lo que realmente se vive en las calles.
Lo que sí no se censura —al menos no del todo— son las redes sociales, donde los cubanos no se guardaron su indignación. El contraste entre la fiesta del presidente y el drama cotidiano fue demasiado evidente como para pasarlo por alto. Las críticas volaron por todos lados: que si se burla del pueblo, que si está en su burbuja, que si ni se entera de lo que está pasando.
Una fiesta en medio del naufragio
Mientras el país se tambalea entre la escasez y el colapso eléctrico, el gobierno sigue proyectando una imagen de «todo bajo control» que cada vez convence menos. En vez de soluciones, se ofrecen discursos. En lugar de acciones concretas, se reparten frases recicladas. Y mientras tanto, el pueblo, como siempre, se queda esperando a que pase algo… algo que no llega.