Mientras el pueblo santiaguero salía a las calles a exigir lo que le toca por derecho, el gobierno se apuraba en repartir un puñado de alimentos como quien lanza migajas para calmar al hambriento. La escena fue casi de libreto: cacerolazos en la noche del miércoles y, a la mañana siguiente, una descarga urgente de donativos en el puerto Guillermón Moncada.
Con bombos y platillos —y mucho triunfalismo oficial— se anunció el reparto de un kilo por persona de arroz o pasta, como si eso alcanzara para cubrir el hambre acumulada desde marzo. Sí, leíste bien: lo que llegó en mayo era para saldar la cuota de hace dos meses. Y ni siquiera te dan las dos cosas, es arroz o pasta, no ambas, dependiendo de lo que haya y dónde vivas. Así, en Santiago, Palma Soriano, Mella, Contramaestre y Guamá se reparte arroz. En Tercer Frente, Songo-La Maya, San Luis y Segundo Frente, les tocó la pasta. ¿Por qué esa distribución? Por “criterios logísticos”, dicen.
Una gestión con más bulla que resultados
Según el medio estatal Sierra Maestra, el operativo es una «movilización organizada» con transportistas estatales y particulares para evitar atrasos, acaparamiento o reventa. Pero ni la mejor logística disfraza el hecho de que estos alimentos llegaron con más de dos meses de retraso. Y encima, se presenta como un logro lo que debería ser lo mínimo.
La presidenta de la Asamblea Municipal, Yaneidis Hechavarría, salió en Facebook a mostrar músculo: que si los camiones están listos, que si ya están descargando en el puerto… pero la verdad es que todo este apuro tiene menos que ver con eficiencia y más con presión social. Porque cuando el pueblo se tira pa’ la calle, el arroz aparece.
El arroz y el dinero llegaron después del ruido
Lo denunció el periodista independiente Yosmany Mayeta: tras la noche de protestas, mágicamente llegó el arroz a las bodegas y el dinero a los cajeros automáticos, que llevaban días secos. El pueblo, harto del cuento del bloqueo, salió a pedir respuestas y el régimen, como por arte de magia, reaccionó. Pero no con soluciones reales, sino con paliativos urgentes: comida regalada y algo de efectivo, lo justo para calmar los ánimos.
En zonas como el Reparto Antonio Maceo, la situación se puso tan fea que hubo gente durmiendo en las afueras de las bodegas para no quedarse sin su kilo de arroz. No es metáfora, es la cruda realidad de miles de cubanos que siguen haciendo malabares para poner algo en la mesa.
Crisis total: sin harina, sin gas, sin pan
Como si todo esto fuera poco, la harina brilla por su ausencia, lo que pone en jaque la producción del pan normado, ese que es parte esencial de la canasta básica. No hay forma de molerlo aquí y traerlo de afuera se ha vuelto casi una odisea. Y por si fuera poco, con la crisis energética golpeando duro, el gas licuado también está perdido, y las autoridades ya hablan de “alternativas” para cocinar. Sí, alternativas. Como si cocinar con carbón o leña fuera cosa del siglo XXI.
Donativos en vez de soluciones
Lo que se vive en Santiago —y en buena parte del país— es el retrato de un modelo que no funciona. Un sistema que depende de lo que le regalen desde afuera para dar lo que debería garantizar por sí mismo. Y cuando eso falla, la comida se convierte en premio de consolación tras la protesta.
Así, entre colas eternas, apagones, bodegas vacías y un kilo de arroz que llega solo cuando el pueblo grita, los cubanos siguen resistiendo como pueden. Porque aquí, la lucha diaria no es ideológica, es por sobrevivir.