En pleno 2025, con el país sumido en una de las crisis más duras que se recuerde, el gobierno cubano sigue gastando recursos —que no tiene— en algo que parece sacado de un libreto viejo: mantener viva la imagen de Fidel Castro.
A menos de un año para que el difunto líder habría cumplido 100 años, la maquinaria propagandística ya está a todo tren. En Santiago de Cuba, la llamada “Ciudad Héroe” por la narrativa oficial, ya arrancaron los preparativos para conmemorar el centenario que será celebrado el 13 de agosto de 2026.
Ahí están: restaurando museos, desempolvando tarjas y reviviendo cada rincón donde alguna vez estuvo el Comandante. Uno de los últimos gestos fue la colocación de una placa en una vieja casa donde vivió de niño. Pero mientras le ponen bronce a su memoria, la realidad de la calle es puro hierro oxidado.
Porque mientras el gobierno se concentra en rendir culto a la figura de Castro, el cubano de a pie sufre apagones que duran hasta 20 horas, hospitales que no dan abasto, la comida que no alcanza, los precios por las nubes, y un país que se desangra en un éxodo sin fin.
Y sí, están arreglando el Memorial Vilma Espín, el Museo de la Lucha Clandestina y otros templos de la historia oficial. Pero esas mismas instituciones carecen de papel higiénico, de bombillos, de lo más básico, como casi todo en la Isla.
¿Qué sentido tiene entonces invertir tanto en recordar a Fidel cuando lo que falta es arroz, corriente y esperanza? Para muchos, se trata de lo mismo de siempre: una estrategia para sostener un poder que ya no se sostiene solo, aferrándose a un símbolo que ya no mueve multitudes, sino bostezos, cuando no rabia.
El contraste se volvió más evidente que nunca el pasado 21 de mayo, cuando la gente del barrio Micro 9, también en Santiago, dijo «¡basta ya!».
En medio de otro apagón interminable y con el estómago vacío, salieron a la calle a gritar “¡corriente!” y “¡comida!”, dejando claro que el miedo ya no puede más que el hambre. Fue un estallido espontáneo, visceral, justo en el momento en que en la televisión estatal intentaban justificar los apagones. Irónicamente, nadie pudo ver esa “Mesa Redonda” porque, claro, no había luz.
La respuesta del régimen fue la de siempre: represión a la antigua. Cortaron el Internet, llenaron de militares las calles, y activaron su ejército de cuentas falsas en redes para hacer ver que todo está tranquilo. Pero por más que le echen pintura al desastre, el pueblo ya no se traga el cuento.
Manipularon imágenes, lanzaron los típicos mensajes vacíos, pero la rabia ya está fuera del corral. Porque cuando no tienes qué cocinar ni con qué cocinarlo, poco importa cuántas tarjas pongan o cuántas efemérides se celebren.
Hasta ahora, el gobierno no ha dicho ni pío oficialmente sobre las protestas. Silencio absoluto. Prefieren seguir dándole candela a los actos simbólicos antes que mirar de frente a un pueblo que ya no quiere más historia, sino presente.
Y mientras en el noticiero hablan de fidelismo, en las calles de Cuba lo que hay es cansancio, indignación y una necesidad urgente de cambio. Porque una cosa es el pasado, y otra muy distinta es el hambre que golpea hoy.