En pleno corazón del municipio Playa, al oeste de La Habana, se esconde un oasis de opulencia y vigilancia extrema: el barrio de Atabey. Allí, entre jardines que parecen de revista y casas que no saben lo que es un salidero, vive parte de la cúpula dura del régimen cubano, esos que repiten en discursos que «el pueblo es lo primero», pero que desde sus mansiones ni oyen el pregón del aguacate.
Este barrio no es cualquier cosa. Originalmente una joyita del reparto Biltmore, Atabey fue concebido en los años 40 y 50 para la alta burguesía de la época pre-59. Pero tras el triunfo de la Revolución, las propiedades pasaron de manos como si fueran barajas, muchas veces a punta de decreto. Las casas que alguna vez pertenecieron a empresarios y familias acomodadas, hoy son fortalezas privadas de funcionarios, militares retirados y extranjeros con billete que decidieron vivir bien… en medio del caos.
Uno de los nombres que más suena en la zona es el de Raúl Castro, quien tiene su finca cerquita, aunque oficialmente reside en El Laguito, ese otro enclave blindado donde también habita el presidente Díaz-Canel. Atabey y El Laguito son prácticamente una sola burbuja, separada del resto de La Habana no por muros físicos, sino por el poder y el privilegio.
“Aquí no entra cualquiera”. Literal. El barrio está lleno de garitas, cámaras y prohibiciones: no se puede grabar, ni volar drones, ni andar merodeando. Y olvídate de ver a alguien caminando como en Centro Habana. Esto es puro carro, chofer y cristales oscuros.
Las residencias de Atabey no son casitas cualquiera. Aquí se ven casas con diseños únicos para el contexto cubano, algunas restauradas con esmero, otras más modernas, y todas rodeadas de verdes jardines, garajes que parecen talleres y canchas privadas. Hay más portones eléctricos que en toda una provincia, y cada entrada parece decir: “usted no pertenece aquí”.
Dentro de este entorno privilegiado también funciona el Instituto Politécnico de Química Informática Mártires de Girón, que desde 1961 ocupa un edificio histórico de la zona. Pero más allá de eso, Atabey forma parte de ese grupo de barrios ‘intocables’ de la capital, junto a Siboney y Cubanacán, que fueron renombrados tras el 59 para borrar su herencia estadounidense y vestirlos de raíces taínas.
Lo curioso es que este pedazo de ciudad vive en otro país, uno donde no hay apagones, las calles están limpias y los techos no se caen a pedazos. Y eso, en un país como Cuba, no pasa desapercibido. Mientras en barrios como Luyanó o Marianao la gente sigue peleando con los apagones y la basura sin recoger, en Atabey el césped se corta a tiempo y la pintura nunca se cae.
La desigualdad en Cuba no solo se ve, se respira. Atabey es el espejo en que se refleja el verdadero rostro del poder en la isla. Un lugar que la mayoría de los cubanos solo puede imaginar, porque ni pasar por sus calles está permitido si no tienes la credencial adecuada.
La finca de Raúl Castro es solo una muestra de cómo el poder se atrinchera en zonas donde el tiempo parece detenido, lejos del calor, el sudor y la lucha diaria del cubano de a pie. Es el contraste más duro entre el “socialismo próspero” de los de arriba y la “resistencia creativa” de los de abajo.
Mientras tanto, la mayoría sigue cruzando calles rotas, haciendo colas eternas y cocinando con leña cuando se va la corriente, mientras otros disfrutan el confort de un país dentro del país. Porque, en Cuba, el paraíso no es para todos… solo para los elegidos
