Justo después del estallido social del viernes, Miguel Díaz-Canel reapareció vestido de militar. Sí, con el típico verde olivo que tantas veces ha servido más de símbolo que de uniforme. Su aparición se dio durante el “Meteoro 2025”, ese simulacro anual que organiza el régimen cubano para revisar protocolos en caso de desastres, pero que ahora, más que prevención, parece otro intento de dar imagen de control en medio del caos.
El momento no fue casualidad. Cualquiera que haya vivido en Cuba sabe que cuando los jefes se ponen el traje de guerra sin estar en guerra, algo andan tramando. La gente no lo ve como un gesto patriótico, sino como un mensaje velado: “estamos listos pa’ lo que venga”. Pero esta vez, el pueblo también lo está… y harto.
Las fotos que colgaron en las redes de la Presidencia buscaban mostrar a un Díaz-Canel firme, supervisando comunicaciones móviles y rodeado de militares. Pero lo que no mostraron fue el ruido en las calles, los gritos de “¡Queremos comida!” y “¡Abajo la dictadura!” que retumbaron en Bayamo, Cienfuegos y Ciego de Ávila. El pueblo está perdiendo la paciencia, y cada apagón es una chispa más que aviva el fuego del descontento.
Desde hace días, el oriente del país está encendido. Santiago de Cuba, Granma, Ciego… en cada esquina alguien graba, alguien denuncia, y alguien más grita. La escasez y los apagones ya no se tapan con discursos ni con trajes de camuflaje.
Y como es costumbre, en vez de escuchar, Díaz-Canel vuelve a lo de siempre: desacreditar. Dice que los jóvenes que salen a manifestarse son “antisociales”, que los mueve el “imperialismo”, y que están “alejados del pensamiento martiano”. Palabras gastadas que ya no convencen ni a los suyos.
Calificar de delitos lo que en cualquier país sería un derecho —el derecho a protestar pacíficamente— solo demuestra lo desconectado que está el régimen del sentir real de la gente. Transformar a los que piensan diferente, como sugiere el gobernante, no es más que una forma elegante de justificar la represión.
Mientras más uniforme se pone el poder, más se uniforma también el hartazgo en las calles. El pueblo cubano ya no pide promesas, pide soluciones. Y si el gobierno sigue respondiendo con botas, discursos reciclados y vigilancia, lo que se va a encontrar del otro lado es un pueblo cada vez más despierto y más decidido a no callarse.
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