En pleno corazón de Centro Habana, específicamente en el Consejo Popular Colón —un sitio marcado por la lucha diaria y también por el aumento alarmante del consumo de drogas— un joven se plantó frente a su comunidad para contar su historia. Sin rodeos, sin adornos, con la mirada firme y una voz cargada de arrepentimiento, soltó verdades que duelen.
«Mi papá caminaba de noche entera buscándome, pagando deudas que ni sabía de dónde salían. Vendí la comida, el televisor, hasta el celular… yo solo pensaba en consumir», confesó ante los vecinos que lo escuchaban en silencio. El testimonio fue recogido por el Sistema Informativo de la Televisión Cubana, pero lo que se vivió allí va más allá de cualquier titular oficial.
«Lo perdí todo. Hasta a mi viejo, que ya no se puede ni levantar de la cama. Eso fue tocar fondo.»
Su historia fue parte de un barrio-debate impulsado por el Centro de Salud Mental del municipio. Aunque había funcionarios y especialistas del gobierno presentes, lo que realmente caló fue el dolor humano, ese que no se maquilla ni se oculta con estadísticas.
El rostro de una crisis que ya no se puede esconder
La crudeza del relato dejó claro que el problema del consumo de drogas en Cuba ya no es algo aislado ni oculto. Está ahí, creciendo en silencio, destruyendo familias, llevándose por delante a jóvenes que no siempre saben a dónde acudir.
Con la voz entrecortada, el muchacho lanzó una advertencia que retumbó entre los presentes: «Eso de que hay que probar de todo es una trampa. Lo perdí todo por creer en eso. Si estás metido en eso y no sabes cómo salir, busca ayuda. Hay gente que te puede ayudar.»
Un veneno barato y fácil de conseguir
El doctor Alejandro García, al frente de Salud Mental en el municipio, no se anduvo con vueltas. Explicó que la realidad ha cambiado: ya no se trata solo de marihuana o alcohol. Ahora se enfrentan a drogas sintéticas, conocidas popularmente como “químicos”, que no tienen ningún tipo de control, pero sí un poder devastador.
«Estamos viendo adolescentes intoxicados, entre 14 y 17 años, con daños que no se revierten. Lo que están consumiendo es pura basura química, peligrosa y letal.»
Y lo más grave: es barata, fácil de conseguir y se mueve sin control entre fiestas, esquinas y hasta dentro de las casas.
Del “químico” a la ambulancia
En 2024, otro joven cubano que logró entrar en un proceso de desintoxicación, contó que llegó a consumir hasta 58 dosis diarias de esta droga. Eso le provocó dos paros cardíacos y una embolia cerebral, todo antes de cumplir los 25 años.
El Periódico 26 recogió su relato, en el que también hablaba del abandono familiar, el deterioro físico y el hecho de que podía seguir drogándose incluso estando encerrado en su casa. Un infierno sin rejas, pero con la mente encadenada.
Poco después, otros jóvenes en rehabilitación empezaron a contar sus vivencias. Algunos hablaron de cómo cayeron en el consumo por una fiesta, por presión o por simple curiosidad, pero el precio fue altísimo: perdieron el control sobre sus cuerpos, su entorno y sus afectos. Algunos solo buscaron tratamiento después de intentos de suicidio o crisis graves de salud.
Reconocimiento tardío y respuestas represivas
Ante la presión social y la magnitud del problema, el gobierno cubano tuvo que admitirlo públicamente. Miguel Díaz-Canel reconoció que el consumo de drogas ha crecido en La Habana, pero las medidas aplicadas siguen teniendo un corte más policial que humanitario: más vigilancia, más detenciones, y la creación del Observatorio Nacional de Drogas.
No obstante, el “químico” sigue ahí, mutando. Ahora se habla de variantes más peligrosas aún, mezcladas con formol o anestésicos veterinarios, lo que ha provocado convulsiones, daños neurológicos severos y hasta muertes.
A pesar de los decomisos y los operativos, la droga no ha dejado de circular en barrios habaneros. Todo indica que el consumo sigue en aumento, y que la reacción oficial, aunque visible, no está logrando frenar el avance de una crisis que ya dejó de ser silenciosa.