Si todo sigue su curso sin que la isla estalle por dentro o el sistema implosione, para abril de 2028 ya debería estar nombrado el próximo «presidente designado» de Cuba, ese que vendrá a sustituir a Miguel Díaz-Canel… si es que lo dejan bajarse del trono. Según lo que dicta la Constitución, ya para esa fecha tendría que entrar otro en escena. Pero en Cuba ya sabemos que las leyes se respetan solo si no estorban.
Ahora, no es que la cúpula del Partido Comunista no haya tenido tiempo para pensar en eso. Cuando en 2019 reescribieron la Carta Magna, sabían muy bien que el banquito de «cuadros confiables» estaba corto de nombres frescos, jóvenes y dóciles. Aun así, dejaron establecido que el presidente debía tener entre 35 y 60 años. Y ahora… ay, compay, los que medio encajan en ese molde se pueden contar con los dedos de una mano.
Ahí anda, por ejemplo, Roberto Morales Ojeda, que acompaña a Díaz-Canel para arriba y para abajo, pero que en 2028 estará rozando los 61. Le da la cuenta, pero por un pelo. Y mientras tanto, los otros que podrían sonar —Beatriz Johnson Urrutia, Joel Queipo Ruiz, Susely Morfa, y hasta el más reciente en subir al ring, Oscar Pérez-Oliva Fraga— no levantan pasiones ni dentro ni fuera del aparato.
La continuidad en apuros
La cosa es que cuando Raúl Castro y su equipo redactaron la Constitución en 2019, lo hicieron pensando en controlar la sucesión, no en democratizarla. Pero el problema es que ni siquiera los suyos dan la talla. La caída estrepitosa de figuras “presidenciables” como Jorge Luis Perdomo Di-Lella es prueba de que el futuro del castrismo se planifica con lápiz y se borra con la goma del poder cuando conviene.
Fidel tuvo sus delfines. Raúl, sus nietos favoritos. Pero el futuro…? Bueno, eso se ha vuelto un arroz con mango. La muerte del todopoderoso Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, que parecía el heredero económico del trono, dejó un vacío que ni el mismo Raúl ha podido llenar. Y mientras tanto, el reloj avanza.
¿Y si el plan es dejar a Díaz-Canel en el puesto otros 10 años? Legalmente, se puede. El artículo 228 de la Constitución permite prorrogar el mandato con solo hacer un referendo —que todos sabemos cómo terminaría—. Lo que no es tan fácil es cambiar la edad tope. Y por ahí va la jugada: si no hay reemplazo que convenza, la opción de “más de lo mismo” cobra fuerza.
Beatriz Johnson y la carta de la diversidad
Entre los nombres que más suenan para el “cambio sin cambio” está el de Beatriz Johnson Urrutia. No tanto por su liderazgo, sino porque cumple con varias “cualidades” que al régimen le gusta mostrar al mundo: mujer, negra, obediente y sin demasiadas luces propias. Perfecta para proyectar modernidad sin cambiar nada en serio.
Su cercanía con Esteban Lazo, presidente de la Asamblea Nacional, y las fotos vacacionando juntos en “ambiente familiar” no son casualidades. En Cuba, esas señales cuentan. Y mucho. Además, su historial de “errores perdonados” le da puntos en un sistema donde la lealtad vale más que la eficiencia.
El “fogueo” en provincias calientes, otra señal del dedazo
Una vieja costumbre del PCC es mandar a sus cuadros a “foguearse” en provincias calientes como Santiago, Villa Clara o La Habana. Quien sobrevive a eso, sube. Morales Ojeda, por ejemplo, no pasó por esa escuela. Otros, como Joel Queipo Ruiz o la propia Johnson, sí han tenido su turno bajo el sol provincial. Eso los pone un peldaño arriba en la carrera por el trono… si es que hay carrera.
Susely Morfa, que ha sido un personaje polémico por sus poses y discursos, también sigue en la lista. Aunque todo indica que podría terminar en un cargo decorativo más que en el centro de mando. Aun así, en un sistema que improvisa sobre la marcha, nada está escrito en piedra, y todo es posible hasta el último segundo.
Díaz-Canel, el títere útil que no se suelta
Por ahora, Díaz-Canel sigue siendo el peón más valioso del tablero. No porque brille, sino porque el régimen ha invertido mucho en maquillarlo como “el presidente moderno”. Lo pasean por el mundo, lo visten bien, lo emparejan con una primera dama fashion, y le montan una imagen de tipo simpático y culto… aunque en Cuba nadie se lo trague.
Pero ese “muñequito” funciona. Mientras tanto, el país se cae a pedazos, pero el discurso oficial se mantiene: Cuba resiste, con su presidente en el timón… aunque el avión vaya en picada. Y cambiar de piloto en pleno desplome no parece una idea muy brillante.
