En Guantánamo, donde los apagones ya se han vuelto parte del paisaje diario, el sistema educativo intenta seguir a flote en medio del caos. Las autoridades decidieron modificar los horarios escolares como respuesta a la profunda crisis energética que atraviesa Cuba, pero el malestar de las familias no ha hecho más que crecer.
A partir de ahora, las clases comenzarán más tarde, a las 9:00 a.m., y en los círculos infantiles, la recogida de los niños será desde las 2:30 p.m. Así lo informó Antonio Tamayo Romero, subdirector general de Educación en la provincia, durante su intervención en el programa “Revista Guantánamo”, del canal local Solvisión.
Entre las 8:00 y las 9:00 de la mañana se harán actividades “complementarias”, como quien dice para entretener a los muchachos hasta que arranque la jornada formal. A pesar de los ajustes, el funcionario dejó claro que “no hay suspensión del proceso docente”, aunque reconoció que la situación es “compleja”.
Pero la realidad, la de verdad, la que se vive en las casas, es otra. En muchas secundarias donde no hay merienda, los estudiantes solo recibirán clases en una sesión. Además, ya no se exigirá el uniforme escolar, porque entre apagones, falta de agua y la escasez de jabón, mantener la ropa limpia es una odisea.
Las autoridades insisten en que las escuelas seguirán abiertas para apoyar a las familias trabajadoras, pero en la calle, el sentir es otro. El cansancio y la frustración se han hecho notar con fuerza en redes sociales.
Una madre, que comentó en un video del periodista Miguel Reyes Mendoza, soltó sin pelos en la lengua: “Si mi hijo no duerme, si no hay comida, si no tiene con qué vestirse, pues no va a la escuela y punto”. Una verdad dura, pero que retrata el sentir de muchos.
Los apagones han dejado a los niños sin descanso, sin comida caliente y sin ganas de aprender. La usuaria Lismay Torres Savigñón sugirió que sería mejor “acabar el curso de una vez” porque, con estas condiciones, es imposible que los pequeños rindan. “¿Qué criatura quiere ir a la escuela sin dormir? ¿Y qué padre tiene corazón de mandarlo?”, preguntó.
El tono general en los comentarios es de desesperación. Katerine Díaz Lobaina escribió con rabia contenida: “No queremos flexibilidad, queremos vidas. Parecemos zombis, sin ánimo, sin sonrisas. Esto es un espanto”.
Otra voz, la de Yurislaine Erbella, fue más directa aún: “Deberían suspender el curso. ¿Qué pruebas va a hacer un niño sin luz, sin comida, sin sueño? Es inhumano. Cierren las escuelas y dejen el abuso”.
Este panorama no es exclusivo de Guantánamo. En Artemisa, por ejemplo, también se han ajustado los horarios escolares como parte de una estrategia de “aguante forzoso”, ante los embates del colapsado sistema eléctrico.
La falta de corriente, agua y hasta de pan —por la escasez de harina— ha puesto a las familias al límite. Padres y madres no entienden cómo el gobierno exige enviar a los niños a clases en medio de condiciones tan precarias. Y con razón: muchos no tienen ni cómo calentar un café por la mañana.
La situación ha llevado al cierre temporal de instituciones estatales “no esenciales” en un intento de aliviar la carga del Sistema Electroenergético Nacional (SEN). Pero esos esfuerzos no han sido suficientes para mejorar la vida de la gente, que sigue lidiando con apagones interminables, alimentos que se echan a perder y una rutina que se desmorona día tras día.
