La cosa se está poniendo seria en la Embajada de Estados Unidos en La Habana, donde cada vez más cubanos ven cómo se les cierran las puertas por haber trabajado, simplemente, en el sector estatal. Y es que la máquina de filtrar comunistas parece estar tan fina que se está llevando por delante a gente que nunca ha militado en nada, más allá de la necesidad diaria de ganarse el pan.
En Cuba, eso de buscar trabajo fuera del aparato estatal es casi ciencia ficción. Según los datos más recientes de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en toda la Isla apenas funcionan 67 empresas extranjeras y unas 9.751 mipymes. Lo demás —más de dos millones trescientos mil cubanos— sigue bajo el manto del Estado.
Y ahí es donde empieza el lío.
Amarilys Pérez, una cubana con ciudadanía estadounidense, se llevó la desagradable sorpresa cuando le negaron el visado a sus padres, alegando que podrían estar vinculados al comunismo. En una carta enviada a CiberCuba, explicó que la Embajada se basó en la sección 212(a)(3)(D) de la Ley de Inmigración y Nacionalidad, que impide la entrada a EE.UU. de quienes hayan pertenecido o colaborado con partidos comunistas.
Pero ella insiste en que eso no tiene ni pies ni cabeza. «Mis padres nunca fueron militantes ni activistas. Lo único que hicieron fue trabajar como cualquier otro cubano, porque aquí todo empleo decente está en manos del Estado», aclara Amarilys. Y remata: “Trabajar no es sinónimo de ideología”.
A su familia no le falta documentación. Entregaron una declaración jurada dejando claro que nunca han tenido vínculos políticos ni se han metido en actividades contrarias a los valores de EE.UU.. Aun así, el visado fue negado el 3 de abril.
“Esta decisión es injusta y nos está rompiendo como familia”, denuncia Amarilys, recordando que todos los hijos de sus padres ya son ciudadanos estadounidenses y que lo único que buscan es la reunificación familiar, un derecho reconocido por la ley.
Tras las recientes declaraciones de Mike Hammer, el encargado de Negocios de la embajada, donde reconoció que algunos casos podrían haberse manejado de forma equivocada, Amarilys pide una revisión seria de su caso, como tantos otros que están en el limbo por la misma causa.
Pero Amarilys no está sola. Otra madre cubana, que prefirió no revelar su nombre, también compartió su historia. A ella también le negaron el visado y lo siente como una puñalada en seco. “Jamás he tenido relación con el Partido Comunista. Desde 2018 soy cristiana, y tengo cómo probarlo”, afirma. Dice que hay muchas familias más en esta misma situación y que “nos están afectando sin justificación real, con un dolor que no se puede explicar”.
Y eso no es todo. Una tercera cubana se sumó al coro de denuncias. Dice que ya es la segunda vez que le niegan la visa por haber trabajado para el Estado, algo que en Cuba es prácticamente obligatorio si se quiere sobrevivir. “Aquí todo es estatal, hasta las mipymes. Yo soy profesora de inglés. Nunca he sido comunista, ni lo seré, y eso se puede verificar. Pero ahora, por trabajar, nos están señalando como si fuéramos parte del sistema”, afirma con indignación.
El problema de fondo es claro: en Cuba, el Estado no es una opción laboral, es la única vía. Y mientras la política migratoria de EE.UU. se vuelve cada vez más estricta en su intento de frenar la migración de simpatizantes del régimen, muchos cubanos de a pie están pagando el precio por un estigma que no les pertenece.
«No somos comunistas. Somos trabajadores. Y tenemos derecho a estar con nuestras familias», dicen. Y no se van a quedar callados. Porque si algo les sobra, además de paciencia, es voz para seguir denunciando lo que consideran una gran injusticia.