La noche del 27 de mayo no será fácil de olvidar para los más de 500 pasajeros que viajaban en el tren extra #16 con ruta Holguín-La Habana. Lo que comenzó como un recorrido más, terminó convirtiéndose en una experiencia angustiante que muchos aún reviven con los nervios a flor de piel.
“Mijo, qué clase de susto yo he pasado”, lloraba desconsolada la ferromoza del Vagón 1, mientras hablaba por teléfono, intentando procesar el golpe de la realidad que acababan de vivir. El reloj marcaba las 10:03 p.m. cuando la locomotora se descarriló a la altura del kilómetro 522.6, cerca de la ciudad de Camagüey. Allí, la oscuridad se tragó el tren de golpe, acompañado de un estruendo que hizo temblar a todos.
“El vagón se movía cantidad, un ruido terrible… Yo pensé que nos pasaría algo”, contó una pasajera aún con el susto en el cuerpo. “Se llevaron gente en ambulancia y esto está lleno de policías y peritos”, relataba mientras trataba de entender lo que acababa de pasar.
Una testigo que viajaba en el vagón 5, confirmó que el tren se sacudió con violencia y todo quedó a oscuras. Según cuenta, en una hora y media o dos ya estaban de regreso en la estación de Camagüey, pero la experiencia la marcó para siempre. Aunque admite que la evacuación fue organizada y relativamente rápida, lo que vino después fue un verdadero desafío.
Más de 500 personas, entre ellas niños, ancianos y personas enfermas, quedaron varadas en vagones mal ventilados, atrapados en el calor y el desconcierto. Luego fueron llevados a las afueras de la estación camagüeyana, donde la incertidumbre creció como espuma.
Les informaron que serían trasladados en ómnibus hacia sus provincias, pero mientras tanto… solo quedaba esperar. Y así, bajo el manto de la madrugada, comenzaron a aparecer las secuelas del accidente: una señora con un fuerte dolor en la cadera, un niño llorando sin consuelo, los murmullos que intentaban descifrar qué había pasado y qué pasaría después.
Las ferromozas iban y venían, listas en mano, intentando poner orden en medio del caos. Algunos intentaban dormir en los incómodos bancos de la estación, otros simplemente luchaban contra el cansancio. Una mujer comentó con ironía: “Este banco va a hacer maravillas con mi cintura”.
Cerca de las 2:00 a.m., finalmente se entregó una merienda gratuita, como había prometido en redes sociales el Ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila. Fue poco, pero al menos un gesto ante tanta espera. Los primeros ómnibus partieron con destino a Ciego de Ávila y otros puntos, mientras una funcionaria tranquilizaba al grupo diciendo: “Vamos de a poquito”.
El resto solo podía contar las horas, escuchar los suspiros de agotamiento y mirar con preocupación a los niños dormidos en cualquier rincón, a los mayores que ya se quejaban de dolores, y a la multitud resignada, abrazada por una noche larga e incómoda.