El estadio Wilfredo Pagés, uno de los pulmones deportivos de Manzanillo, no amaneció como cualquier sábado. Esta vez, lo que sacudió al barrio no fue un jonrón ni un partido caliente, sino unas enormes letras pintadas en sus muros: “Patria y Vida” y “Abajo el Canel”. La pared se convirtió en lienzo de la rabia popular, en voz muda de un pueblo que, aunque sin micrófonos, ha aprendido a hacerse escuchar.
La activista Idelisa Diasniurka Salcedo Verdecia, desde tierras del norte, fue quien compartió las imágenes en su perfil de Facebook con el tono pícaro que muchos cubanos dominan al dedillo: “¡Me fui que bellesurancia! ¡Así amaneció hoy sábado!” Y es que, en medio de tanto apagón y carestía, cada pintada es también un acto de resistencia y de arte callejero con alma.
Cuando no hay luz, se enciende la dignidad
Este estallido visual no surgió de la nada. Llega justo después de un episodio candente en el barrio de La Kaba, también en Manzanillo, donde hace apenas unos días los vecinos se lanzaron a la calle a hacer ruido… literalmente. Cazuelas, tapas y gritos retumbaron en la noche dominguera, todo por los apagones de más de 20 horas que tienen a la gente al borde del colapso.
La respuesta del Estado fue rápida y predecible: policía, arrestos y multas. Tres personas fueron detenidas. Uno de ellos, Yongel Quiala, estuvo encerrado varios días. Los otros dos salieron, pero con una multa que parece chiste malo: 10 mil pesos. ¿De dónde saca eso un cubano promedio que vive contando los centavos?
La cosa no paró ahí. Según denunció Diasniurka, otro manifestante, Addel Céspedes, fue golpeado salvajemente. “¡Son unos abusadores! ¡No puede ni pararse!”, escribió la activista, reflejando la indignación de muchos que ven cómo la represión le pone precio y castigo al simple acto de protestar.
La pared como megáfono
En una Cuba donde cada vez se hace más difícil alzar la voz en las calles, el grafiti ha tomado fuerza como una forma de expresión que burla la censura y habla directo a los ojos del pueblo. No es un fenómeno aislado. Hace nada también aparecieron mensajes similares en una secundaria de Guane, en Pinar del Río. Rápido los borraron, claro. Pero el eco quedó.
“El pueblo poco a poco sigue despertando. En ese gobierno ya nadie cree y ellos lo saben, es su mayor temor”, escribió el periodista Javier Díaz en su muro de Facebook. Y no le falta razón. Lo que antes eran susurros ya son trazos de pintura y ruidos de cazuela, porque cuando no hay palabras, el malestar se convierte en imagen.
Una isla que hierve en silencio
Manzanillo se suma así a esa lista de lugares donde la presión interna se desborda por donde puede. Entre apagones eternos, comida escasa, salarios que no dan ni para empezar y un sistema cada vez más desconectado de su gente, la desesperanza se disfraza de coraje.
Mientras el gobierno sigue culpando al “bloqueo” y apretando las tuercas del control, la gente encuentra grietas por donde colar su verdad. A veces es con una cuchara golpeando una olla. A veces es con un mensaje pintado en una pared.