Este martes, Raúl Castro arriba a los 94 años de edad… aunque, si uno se deja llevar por lo que él mismo dice, todavía se siente con cuerda pa’ rato. Durante un acto oficial en marzo, con una media sonrisa, lanzó: “¡Estoy joven todavía! ¿Alguien tiene alguna duda?”. La frase, transmitida en vivo por la televisión estatal, dejó claro que, aunque esté retirado “formalmente”, el General sigue apretando las riendas desde la sombra.
Desde temprano, las felicitaciones comenzaron a llover. Miguel Díaz-Canel, su delfín político, escribió en redes sociales que “Raúl entra en su año 95 como líder imprescindible de la Revolución”, mientras el Partido Comunista y el canciller Bruno Rodríguez lo elevaron a los altares de la narrativa oficial, describiéndolo como un “extraordinario revolucionario” y “ejemplo de victoria socialista”.
Pero mientras en el Palacio de la Revolución levantaban la copa, en las calles de Cuba la fiesta no se sintió. La realidad es otra: inflación galopante, apagones eternos, salarios que no alcanzan ni para el pan, y una estampida migratoria sin precedentes. Muchos cubanos, hoy por hoy, celebran solo cuando consiguen aceite o un paquete de pollo.
Y aunque Raúl dejó la presidencia en 2018 y se despidió (al menos en papeles) del Partido Comunista en 2021, su sombra sigue bien presente en cada decisión importante, sobre todo cuando Díaz-Canel necesita un empujoncito simbólico para justificar su “continuidad”.
Ese mismo concepto de “continuidad” ha sido clave para mantener en pie un modelo que se cae a pedazos. Las promesas de cambio, como aquella que lanzó Raúl en 2007 —“cada cubano tendrá su vaso de leche”— quedaron flotando como humo en el aire. Hoy, conseguir leche en la isla es más difícil que ganarse la lotería, y eso que ni siquiera hay billetes para jugar.
Mientras tanto, la represión ha subido de tono, los discursos se reciclan y los llamados “cambios” apenas rozan la superficie. Todo eso bajo la tutela de un sistema que Raúl ayudó a moldear, controlado por GAESA, ese conglomerado económico-militar que maneja buena parte del billete duro que entra al país.
A estas alturas, muchos dentro y fuera de Cuba ven en Raúl el símbolo de una era que se apaga, aunque él insista en seguir con luz larga. Su legado está marcado por una transición hecha a la medida del poder, un tímido experimento económico que nunca despegó y la consolidación de una élite que sigue con el sartén por el mango mientras el pueblo raspa la olla.