Este fin de semana, lo que parecía un simple viaje en guagua se convirtió en una aventura de alto riesgo en La Habana. Un ómnibus articulado de la ruta A40 se quedó sin combustible justo en el Túnel de la Bahía, dejando a todos los pasajeros –incluyendo niños pequeños– tirados en medio de un sitio donde no hay margen de error. Y sí, tuvieron que seguir a pie, por el contén estrecho, entre carros y humo… como si fuera una película, pero sin final feliz.
El propio ministro de Transporte, Eduardo Rodríguez Dávila, soltó la bomba en su cuenta de Facebook: “Me informan que el ómnibus 378, de la ruta A40, se quedó sin combustible dentro del túnel, y los pasajeros tuvieron que salir caminando”. Así, sin anestesia. Porque cuando las cosas se ponen tan malas que ni una guagua puede terminar su ruta, algo anda muy, pero muy mal.
Niños caminando por el túnel, como si eso fuera normal
Testigos del desastre compartieron imágenes de la escena: menores de edad caminando pegados al muro, esquivando el paso de vehículos, cubiertos de polvo y con caras de susto. Muchos volvían de la playa, probablemente sin idea de que su regreso se transformaría en una odisea tan peligrosa. La visibilidad en el túnel no es la mejor, y entre el humo, el ruido y el caos, cada paso fue una apuesta a la suerte.
Aunque el ministro prometió “una investigación”, lo cierto es que este episodio no es una rareza. Es el pan nuestro de cada día, un reflejo de la crisis de transporte que tiene a Cuba paralizada, en buena parte por la escasez de combustible y la mala gestión del Estado.
“Esto no es nuevo”, comentó una cubana en el post del ministro. “Años atrás, me pasó lo mismo. Salimos negros del tisne de los carros que pasaban rozándonos”. Historias como esa se repiten una y otra vez.
Un sistema que se cae a pedazos
La falta de combustible en Cuba ya no es noticia. Lo alarmante es que cada vez las consecuencias son más peligrosas. Hace apenas unos meses, las populares “Gazellas” tuvieron que suspender servicio porque no pudieron echar ni una gota de gasolina. Y mientras los ciudadanos hacen malabares para llegar al trabajo o a la escuela, los tanques de las caravanas oficiales y los patrulleros nunca se quedan secos.
Pese a todo, el Gobierno sigue priorizando sus actos políticos, sus desfiles, sus homenajes, dejando al pueblo a pie… literal. Moverse en Cuba es como jugar a la ruleta rusa: no sabes si vas a llegar, si vas a quedarte varado o si, como en este caso, vas a tener que cruzar un túnel a pie con tus hijos agarrados de la mano.
Silencio arriba, angustia abajo
La respuesta oficial sigue siendo la misma de siempre: promesas vacías, declaraciones huecas y cero soluciones reales. El pueblo pide ayuda, y lo que recibe es discurso reciclado sobre “resistencia” y “bloqueo”. Mientras tanto, la realidad no perdona.
Los cubanos no solo se enfrentan a largas esperas para abordar una guagua. Ahora también arriesgan la vida por algo tan simple como volver a casa. ¿Quién responde si pasa una tragedia? ¿Quién da la cara cuando la seguridad más básica ya no está garantizada?
El país no camina. Se arrastra. Y en el camino, se lleva por delante la paciencia y la dignidad de millones. Como muchos preguntan en redes: ¿hasta cuándo hay que jugarse el pellejo por una guagua? Por ahora, la única respuesta viene en forma de silencio. Un silencio espeso, igualito al humo que flota dentro del túnel.
