En un hecho poco común —y por eso mismo histórico—, la prensa estatal cubana ha roto su habitual silencio obediente para publicar una crítica frontal al polémico “tarifazo” de ETECSA. La autora de esta pieza, Elsa Ramos, periodista de Escambray, el diario provincial de Sancti Spíritus, sacudió este jueves la agenda mediática con un artículo que, aunque moderado en tono, dispara directo al centro del conflicto: la desconexión total de ETECSA con la realidad de los cubanos.
No es poca cosa. Por primera vez desde que estallaron las protestas contra el alza de precios en los paquetes de datos móviles —medida que ha generado una ola de indignación en toda la isla, especialmente entre los estudiantes universitarios—, una periodista del aparato informativo oficial se atreve a nombrar lo que todos sienten: que ETECSA perdió el rumbo.
«ETECSA se desconectó. No de sus redes, sino del país mismo», dice Ramos con ironía punzante. Según ella, lo más escandaloso no fue solo la brutal subida de precios, sino la manera autoritaria y torpe en que se aplicó: sin previo aviso, sin debate, sin escuchar. En palabras de la periodista, fue “como si se tratara de un anuncio de muerte, sin derecho a defensa”.
Una desconexión total del pueblo
El artículo retrata con agudeza la frustración colectiva. “Lo que no calcularon sus especialistas”, escribe Ramos, “lo han dicho con más claridad miles de cubanos desde la lógica callejera”. Porque en Cuba, donde hasta el más humilde sabe hacer magia con lo poco que tiene, las justificaciones tecnocráticas de ETECSA no convencen a nadie.
Apenas horas después de lanzar las nuevas tarifas, la empresa se vio obligada a recular parcialmente, “modificando” algunas de las ofertas iniciales. Pero para Ramos —y para millones de cubanos— eso no es un gesto de buena voluntad, sino una reacción obligada por el descontento popular.
Y aquí viene otro punto clave que la periodista no esquiva: el impacto de estas medidas alcanza mucho más allá de los universitarios. “No es solo que las nuevas tarifas agraven nuestras desigualdades sociales. Es que limitan la vida cotidiana de todos: profesores, médicos, amas de casa, jubilados, niños…”.
¿Quién entiende esta lógica?
Ramos va aún más lejos. Cuestiona el modelo económico de la propia empresa estatal: si ETECSA está en crisis financiera, ¿por qué expandirse de forma tan agresiva? ¿Cómo puede declararse al borde del colapso una entidad que presume de pagar sueldos mucho más altos que la media nacional? Y lo más grave: ¿cómo se permite semejante desatino en un país que ha invertido tanto en educación, en conocimiento, en tecnología?
“Hablas más si pagas en dólares desde fuera”, escribe la autora. Un resumen cruel pero certero. El acceso a la comunicación ha sido oficialmente dolarizado, y el que no tenga un familiar que recargue desde el extranjero, que se aguante o se desconecte.
La cuerda del pueblo, no del poder
En medio de ese contexto, lo que más molesta, según Ramos, no es solo el precio, sino la soberbia, la desconexión emocional, política y práctica de quienes decidieron estas tarifas. ETECSA —con todo su aparato técnico— nunca previó que un apagón podía impedir que una persona consumiera su paquete completo de Nauta Hogar. Tampoco pensó que existían cubanos que no gastan todos sus megas al mes, o que hay quienes viven sin conexión estable por causas externas. ¿Y ahora vienen a descubrirlo?
Pero el mayor golpe simbólico del texto no está en lo económico. Está en su defensa del derecho a ser escuchado. La periodista cita incluso al presidente Miguel Díaz-Canel, quien dijo en su podcast oficial que el gobierno “nunca rehuirá el diálogo con el pueblo”. Y aunque lo dice con respeto, Ramos sugiere que ese diálogo ha sido más promesa que práctica.
Una grieta en la narrativa oficial
En un ecosistema mediático donde la crítica suele venir solo de la prensa independiente o de las redes sociales, que Escambray publique este artículo es una señal de que algo se mueve. Aunque no es una condena abierta al sistema, es un cuestionamiento claro a una de sus empresas emblemáticas y, por extensión, a la gestión de quienes deben supervisarla.
Y eso, en el contexto cubano, es como un sismo en cámara lenta.
La presión popular —ya imposible de ignorar— empieza a encontrar eco incluso en los espacios más cerrados. Quizás por primera vez en mucho tiempo, el poder ha tenido que escuchar, y la prensa estatal ha tenido que escribir sin tantas mordazas. No se sabe si durará. Pero por ahora, la voz de Elsa Ramos se siente como un megabyte de dignidad en medio del apagón informativo.