En medio de críticas por la falta de libertades y el acoso a líderes religiosos, el régimen cubano volvió a sacar su mejor cara diplomática.
El encuentro coincide con el inicio del pontificado de León XIV, a quien Díaz-Canel invitó formalmente a visitar la Isla con promesas de que «será atendido como merece».
Durante el encuentro, que tuvo lugar este jueves en el Palacio de la Revolución, el gobernante Miguel Díaz-Canel no escatimó elogios hacia el papa Francisco, a quien llamó «un buen amigo» y recordó con “afecto” por su cercanía con los problemas del pueblo cubano. Un cariño que, según él, sigue vivo a pesar de las tensiones evidentes.
“Aquí se respeta la libertad religiosa”, soltó Díaz-Canel como quien quiere lavar la cara del sistema. Pero la realidad es otra: líderes de distintas denominaciones han denunciado durante años hostigamiento, vigilancia e intentos de silenciar a los más críticos, sobre todo a aquellos que alzan la voz en favor de la democracia.
Una visita con mucho subtexto
Gallagher llegó a La Habana justo en un momento clave: el arranque del pontificado de León XIV. Y no es casualidad. En medio de una crisis económica profunda y un creciente aislamiento internacional, el Gobierno cubano busca desesperadamente nuevos gestos de legitimidad.
Durante la reunión, el funcionario vaticano no solo habló de “afecto” por el pueblo cubano, sino que mencionó la simpatía que el papa Francisco tuvo “por Fidel y Raúl”, una línea que no pasó desapercibida. Sin embargo, dejó claro que el compromiso de la Iglesia está con la gente, al afirmar que trabajarán junto con la Conferencia Episcopal de Cuba para “promover la cooperación para el bien de toda la población”.
Las palabras, como siempre, no bastan
El evento también sirvió como plataforma para que el canciller Bruno Rodríguez Parrilla repitiera su discurso de siempre: condenó el embargo estadounidense y acusó a EE. UU. de genocidio, mientras traía a colación a Martí, Varela y Fidel en una mezcla de patriotismo, religión y revolución que no convence a muchos.
La retórica oficial intenta mostrar al Gobierno como un aliado del diálogo interreligioso, pero la realidad es que en Cuba la libertad de culto sigue bajo llave. Aunque el país dejó de ser oficialmente ateo en 1992, las autoridades continúan vigilando de cerca a cualquier comunidad religiosa que intente organizarse de forma autónoma o critique al sistema.
Un historial complicado con la Iglesia
Durante décadas, el régimen vio a la religión como un enemigo ideológico. La Iglesia Católica sufrió represión y marginación desde los primeros años del castrismo, y aunque en los 90 se permitió una pequeña apertura, nunca se ha recuperado del todo ni ha tenido influencia real en la esfera pública.
El Vaticano, por su parte, ha tenido momentos protagónicos. Jugó un papel crucial en el deshielo entre Washington y La Habana en 2014 y ha mediado en varias liberaciones de presos, aunque muchas de esas excarcelaciones han sido de presos comunes, no de prisioneros políticos.
En los últimos años, incluso se intentó una negociación con la administración Biden para sacar a Cuba de la lista de países patrocinadores del terrorismo. Pero la llegada de Trump frustró esos intentos, y la Isla volvió a ser señalada como un régimen que apoya el extremismo, mientras las excarcelaciones quedaron en el aire.
Una foto que no cambia el fondo
Mientras La Habana saca sonrisas para la foto con el Vaticano, las condiciones para las comunidades religiosas siguen marcadas por la vigilancia y el miedo. La invitación al nuevo Papa puede sonar como un gesto de buena voluntad, pero sin cambios reales, todo queda en pura diplomacia.
Y así, una vez más, el Gobierno cubano busca sumar puntos en el tablero internacional mientras dentro de la Isla, los creyentes críticos siguen caminando con la soga al cuello.
