En las calles de Cuba, donde ya abundan las carencias, ahora también ronda un enemigo silencioso y despiadado: el químico. No se trata de una simple droga, sino de una mezcla letal que está arrasando con la juventud. Y hoy, el rostro de esa tragedia tiene nombre: Jan Carlos Mena, un joven habanero cuya vida se ha ido apagando bajo los efectos de esta sustancia infernal. Su familia, sus vecinos y hasta sus exvecinos están al borde del colapso: “Ya no sabemos qué hacer”, dicen entre lágrimas y gritos de impotencia.
La alerta llegó a través de redes sociales, donde Danay Rodríguez —una exvecina que lo vio crecer— rompió el silencio con un mensaje estremecedor. “Lo vi nacer y crecer, ayudé a su mamá como pude… pero el diablo está por las calles de Cuba y el químico lo está destruyendo”. Así lo escribió en Facebook, junto con un pedido urgente de oración para salvarlo.
Pero lo más duro es que Jan Carlos ya no solo es víctima, también ha puesto en peligro a su propia familia. Un vecino contó que ya ha atacado a su madre en más de una ocasión. “Ya la ha cogido por el cuello dos veces”, denunció. Un dato aterrador que revela cómo esta droga no solo consume cuerpos, sino también relaciones y entornos.
La situación se complica aún más cuando la hermana del joven, Lianis Mena, entra en escena. Ella no solo confirma todo lo dicho, sino que va más allá: culpa directamente a su madre de no actuar a tiempo. “Mi hermano está así, pero no se deja ayudar y mi madre no hace nada más que denunciarlo, en vez de internarlo”, escribió con evidente dolor y frustración.
Y mientras las familias se debaten entre el amor, el miedo y la desesperación, el químico sigue expandiéndose. Esta droga sintética, que puede contener desde fentanilo hasta formol, anestesia para animales y tranquilizantes potentes, ya se distribuye como si fuera caramelos en las esquinas, en papelillos baratos que llegan directo a adolescentes y jóvenes en barrios, escuelas y espacios públicos.
A pesar de que las autoridades han hecho redadas y arrestos, el acceso sigue siendo fácil y barato. El daño, sin embargo, es inmenso: violencia, alucinaciones, fallos orgánicos, psicosis y muerte. ¿Cómo se combate algo que se mete en los bolsillos de los más vulnerables y destroza familias enteras?
La historia de Jan Carlos no es la única, pero sí una que grita ayuda. Cuba necesita despertar ante una crisis silenciosa que ya no puede esconderse. Porque lo que está en juego no es solo la salud de una generación… es su futuro.
