Este sábado, la bahía de La Habana volvió a ser protagonista, no por un crucero turístico ni por una regata, sino por la entrada majestuosa del buque Almirante Vladimirsky, una especie de laboratorio flotante con raíces soviéticas y bandera rusa que no pasó desapercibido.
La nave, que parece sacada de una película de la Guerra Fría, llegó oficialmente en una “visita de trabajo”. Así lo soltó, sin mucho alarde, la embajada rusa en Cuba, dejando a medio mundo con la ceja levantada, porque con lo que está pasando en el mundo, cada movimiento cuenta… y se analiza.
El Vladimirsky no es un barquito cualquiera. Fue construido allá por 1975, en plena efervescencia de la URSS, y aunque hoy se presenta como buque científico de la Flota del Báltico, trae más que solo aparatos para medir olas, corrientes y bichos marinos. Según dijeron diplomáticos rusos, también viene cargado con material educativo que será donado a centros de enseñanza cubanos, un gesto que, en medio de la escasez generalizada, cae como agua en el desierto.
“El buque de investigación oceanográfica Almirante Vladimirsky ha llegado a La Habana. Su misión es el estudio del entorno marino, la atmósfera y las corrientes”, publicó la sede diplomática en la red social X (antes Twitter), tirando un poco de ciencia sobre un mar de interpretaciones.
Capaz de llevar hasta 170 personas a bordo, el Vladimirsky puede hacer de todo un poco: estudios de química marina, observaciones meteorológicas, análisis biológicos y monitoreo de sistemas oceánicos. O sea, un cerebro flotante con músculo ruso, que también sabe cómo hacerse notar en puertos del Caribe.
Y es que no es la primera vez que el buque se deja ver por estas aguas. En abril pasado estuvo en Venezuela, donde lo recibieron como un hito de colaboración militar. Su parada ahora en Cuba no es coincidencia: es un mensaje directo en un tablero geopolítico cada vez más caliente, donde Moscú sigue apostando fichas en América Latina.
Claro, para los cubanos de a pie, lo que realmente cuenta es que el barco trajo donaciones educativas. En un país donde las aulas se sostienen con milagros y voluntad, y donde escasean hasta los lápices, cualquier ayuda es bienvenida. Que venga en forma de cooperación rusa le da un sabor político, sí, pero también un respiro a estudiantes, profesores y familias que se las ven negras para sostener la enseñanza.
Justo en estos días, la llamada “Perla del Sur” —la ciudad de Cienfuegos— también recibió otro visitante flotante: el Buque Escuela Simón Bolívar, de la Armada venezolana. Este velero militar, que ya había pasado por Cuba en 2019, llegó con su tripulación de 190 personas, saludos militares y hasta flores para Martí. El acto, lleno de símbolos, fue cubierto con entusiasmo por el diario Granma.
“Cada vez que tocamos suelo cubano, nos sentimos como en casa. Aquí el trato siempre es de hermanos”, soltó el Capitán de Navío Ronald José Briceño Horta, comandante del navío venezolano, en tono emocionado y casi poético.
Durante su estancia, los cadetes y oficiales venezolanos visitarán sitios emblemáticos de la historia cubana y abrirán el buque al público para que los curiosos puedan pasearse por sus cubiertas. Una movida diplomática con uniforme y sonrisas.
Ahora bien, aunque oficialmente ambos barcos llegan con fines científicos o de entrenamiento, la coincidencia en el calendario no es casualidad. En un contexto de sanciones, discursos de resistencia y llamadas al antiimperialismo, la presencia simultánea de buques rusos y venezolanos en Cuba manda una señal potente, tanto para los aliados como para los contrarios.
Puede que muchos lo vean como una postal de nostalgia soviética o un simple intercambio entre países amigos, pero lo cierto es que, bajo esas aguas tranquilas, se mueve una marea política que no deja indiferente a nadie.
