Mientras miles de cubanos se las arreglan como pueden para cocinar en plena oscuridad o con recursos que apenas alcanzan, el Jardín Botánico Nacional de La Habana sorprendió a todos presentando la cocina a leña como si fuera un homenaje a la tradición criolla. Con bombos y platillos, la institución lanzó en redes sociales su propuesta: vivir la experiencia de preparar platos típicos como el congrí, la yuca con mojo y el clásico lechón asado, todo con fuego de leña y técnicas “ancestrales”. Eso sí, en medio de un entorno verde y pintoresco que nada tiene que ver con los patios de tierra o balcones improvisados donde cocina hoy buena parte del pueblo.
A primera vista, la idea suena bonita. Nadie puede negar que el fogón de leña forma parte del ADN culinario cubano, sobre todo en los campos y bateyes donde por generaciones se cocinó con carbón o madera. Esos sabores ahumados tienen su encanto, y muchos los recuerdan con cariño.
Pero la cosa cambia cuando se mira el contexto. En pleno 2025, con Cuba hundida en una crisis energética monumental, sin gas en los tanques y con apagones que duran hasta 20 horas, vender la cocina a leña como si fuera una moda gourmet, más que un homenaje, parece una burla mal disimulada.
Romantizar la carencia es la nueva receta oficial
Con campañas como esta, lo que parece estar cocinándose en realidad es otra receta del discurso oficial: disfrazar la necesidad de identidad cultural. Lo que antes era “resolver” ahora se presenta como “rescatar tradiciones”. Pero en la calle, la historia es otra. La leña no se escoge, se sufre.
La propuesta del Jardín Botánico, lejos de conectarse con el sentir de la gente, huele más a propaganda que a lechón. ¿Celebrar la cocina a leña cuando millones tienen que hacerlo por pura sobrevivencia? Eso no es rescatar raíces, es ignorar el drama que se vive en cada cuadra.
Entre resistencias eléctricas y fogones improvisados
El Food Monitor Program (FMP), una organización independiente que lleva años chequeando cómo anda el acceso a servicios básicos en Cuba, no deja espacio a las dudas: más de 9 millones de cubanos cocinan en condiciones precarias, insalubres y peligrosas.
Según su último informe, basado en el Censo de Población y estudios propios, cerca de 1,7 millones de hogares usan gas licuado, mientras 2 millones dependen solo de la corriente, y otros 220 mil cocinan con gas manufacturado. El resto, o sea, millones, están expuestos a cortes, apagones y métodos rudimentarios como la leña o el carbón.
El panorama es tan duro que muchas familias se levantan a las 3 de la mañana para cocinar lo que puedan antes de que se vaya la luz. Se almuerza frío, se salta la comida o se cena con el estómago vacío, como confiesan quienes han tenido que adaptarse al nuevo “modo apagón”.
Cuando el humo no es tradición, es angustia
Antes de que la crisis reventara del todo, ya un 33% de los hogares había comenzado a suprimir comidas, y un 25% se iba a dormir con hambre, según el mismo informe. Y lo que más preocupa es que el uso de leña y carbón ha aumentado drásticamente, no por gusto, sino por falta de opciones.
En patios, aceras o balcones, se ven fogones armados con bloques, latas o lo que aparezca. La cocina se volvió un acto de resistencia, no una fiesta de tradiciones.
La verdadera cubanía no es cocinar con humo, sino hacerlo con dignidad
Sí, la cocina tradicional es parte del alma de Cuba. Pero no se puede hablar de identidad sin hablar de derechos básicos. Y uno de ellos es poder cocinar en casa con condiciones seguras, higiénicas y estables.
No se puede maquillar la precariedad con discursos folclóricos. Porque al final del día, nadie debería tener que “rescatar tradiciones” a la fuerza porque no tiene cómo cocinar.
En un país donde el humo de la leña ya no evoca solo la abuela en el campo, sino la angustia diaria de millones, lo más patriótico no es romantizar el fogón… sino garantizar que nadie dependa de él para sobrevivir.
