En medio del caos diario que vive Cuba, a veces nos olvidamos de quienes más sufren en silencio: nuestros abuelos. Esta es la historia de Teté, una cubana de 94 años que, con voz firme pero quebrada por la realidad, se atrevió a contarle al mundo lo que significa envejecer en un país sin luz, sin comida y sin esperanza.
Teté vive sola en un apartamento del centro de Pinar del Río. Recibió a los periodistas de la agencia EFE rodeada de cubetas vacías y oscuridad, porque no había corriente. Tampoco había agua. “Esto es para cuando venga la luz, llenar con agua y cocinar”, explicó. Solo los bomberos del frente le ayudan a cargar agua. Es una escena que parece sacada de una película postapocalíptica, pero es la rutina de muchos ancianos en Cuba hoy.
«Después de tantas angustias en la vida, y al final del camino tener que pasar esta”, soltó Teté. Y con esa frase lo dijo todo. Ni en el Período Especial, asegura, vivió algo igual.
Apagones interminables, falta de alimentos, medicamentos escasos o inexistentes y precios que solo se pueden pagar en sueños. Teté no recuerda cuándo fue la última vez que durmió una noche entera sin interrupciones o que tomó un vaso de agua fría. “El refrigerador ya no enfría nada y se me echa a perder la comida… con lo caro que está todo”.
Tiene dos sobrinas en La Habana que le han pedido que se mude con ellas, pero ella se resiste. “Siempre he vivido aquí. No me voy”. Su voz suena fuerte, pero hay soledad detrás. Gran parte de su familia ha fallecido o emigrado. Y como muchos ancianos en Cuba, enfrenta la vejez con lo poco que el Estado le da, si es que le da algo.
La situación de Teté no es única. En Cuba, más del 25% de la población tiene más de 60 años. Y es el único grupo que crece. El resto se va. Los viejitos que quedan están atrapados en un sistema que ni les garantiza salud, ni alimentación, ni seguridad. Solo una pensión mínima de 1,528 pesos mensuales (menos de 6 dólares al cambio informal). Con eso, que sobreviva quien pueda.
Peor aún es para los que no tienen familiares en el extranjero que les envíen remesas. Ellos dependen únicamente de las bodegas vacías, del racionamiento que nunca llega a tiempo y de un sistema médico que no tiene medicinas, ni insumos ni condiciones mínimas para atender a los más vulnerables.
Y así, mientras el gobierno habla de resistencia, soberanía y bloqueos, Teté se queda sin luz, sin agua, sin medicamentos… y sin esperanza.