En medio del vaivén de la bahía habanera y con la brisa dominguera soplando, el embajador de Estados Unidos en Cuba, Mike Hammer, decidió montarse en la clásica lanchita de Regla para ir a misa. Pero lo que parecía un gesto sencillo y cercano terminó convirtiéndose en el nuevo capítulo del guion oficialista que busca ponerle zancadillas a su labor diplomática.
Un domingo con sabor a pueblo y a provocación
Hammer, que ya ha demostrado que no le gusta quedarse en las oficinas con aire acondicionado, se fue directo a mezclarse con la gente. Saludó a pescadores, compartió con vecinos y se dirigió tranquilo a la iglesia de Nuestra Señora de Regla, un sitio emblemático donde se funden la devoción católica y la espiritualidad afrocubana. Todo parecía en calma… hasta que arrancó la película.
En plena travesía en la lancha, una señora se le acerca con críticas hacia la política de Estados Unidos. No se alzó la voz demasiado, no hubo agresiones físicas, pero sí quedó claro que algo estaba preparado. «Algunos decían que estaba montado, yo no sé. Pero en todo caso, eso es lo que quiero hacer: recorrer el país, escuchar diferentes opiniones del pueblo cubano y compartir con ellos», soltó Hammer en un video subido por la embajada en sus redes sociales, sin alterarse ni un poquito.
Un acto de repudio… que nadie secundó
Según fuentes cercanas al incidente, lo ocurrido fue una operación de manual: mujeres que graban, agentes vestidos de civil actuando como espontáneos, y hasta un policía que fingía mediar la escena. Todo cuidadosamente coreografiado para mostrar al «pueblo indignado», aunque los pasajeros reales de la lancha ni se sumaron ni se dejaron manipular.
Después del breve episodio, las cámaras siguieron grabando mientras las supuestas “ciudadanas indignadas” lo escoltaban hasta la iglesia. Un performance que no logró más que hacer evidente la desesperación por desacreditar a quien, en lugar de esconderse, elige caminar junto al pueblo cubano.
El régimen se incomoda… y mucho
El comportamiento de Hammer ha sido constante: visita barrios, se sienta con religiosos, escucha a estudiantes, se encuentra con artistas. No se trata de hacer escándalo, sino de demostrar que una diplomacia diferente es posible, una que no se reduce a reuniones entre funcionarios con corbata.
Pero eso molesta. Y mucho. El Ministerio de Relaciones Exteriores ha citado al embajador más de una vez, lanzándole acusaciones de “injerencia” y “provocación”. La funcionaria Johana Tablada incluso llegó a decirle, con tono de advertencia, que “no confunda paciencia con debilidad”. Y como era de esperarse, los medios oficialistas ya están echando leña al fuego.
Una estrategia que no funciona
A pesar del intento burdo de manipular la percepción pública, el enfoque sereno de Hammer le dio la vuelta a la situación. En lugar de victimizarse o entrar en el juego de la confrontación, se mantuvo firme en su postura: seguir conectando con los cubanos de a pie, con respeto, sin estridencias y sin miedo.
Analistas lo ven como una jugada inteligente: sin levantar la voz ni lanzar acusaciones, desmanteló la escenita del régimen y reafirmó su compromiso con el acercamiento entre pueblos. Una respuesta que no solo evita escalar tensiones, sino que también desarma la narrativa oficial, que cada vez se queda con menos credibilidad y más cámaras escondidas.
Un domingo cualquiera, con sabor a realidad
Mientras en la televisión dicen que todo marcha en orden, en la lanchita de Regla se vivió una escena que resume perfectamente la contradicción de la Cuba actual. Por un lado, un diplomático que quiere dialogar. Por el otro, un aparato estatal que fabrica enemigos para justificar su propia cerrazón.
Y así va la cosa: el pueblo observa, el régimen actúa, y el embajador camina… sin miedo.
