En plena era digital, mientras el mundo habla de inteligencia artificial y autos eléctricos, en Cuba la gente sube al techo a dormir para escapar del calor, los mosquitos y la oscuridad. Así de fuerte está la cosa.
Desde Guantánamo, el joven realizador audiovisual Daniel Ross Diéguez compartió en Facebook una postal que resume el caos energético del país: lleva casi un mes durmiendo en la placa de su casa, en lo que él mismo describe como “camping obligatorio” para sobrevivir al apagón diario.
“Llevo casi un mes haciendo camping en la propia placa de la casa. Tratando de dormir en contra del apagón, los mosquitos y el polvo del Sahara”, escribió el joven, acompañado de fotos donde se ve su improvisado refugio en la azotea y un amanecer que, aunque hermoso, no compensa el cansancio.
Un amanecer bonito no borra una noche sin dormir
Según contó, después de tantos días sin corriente, un raro respiro eléctrico de más de cinco horas seguidas lo dejó hasta confundido. “Ni deseos de renderizar la película he tenido, tanta corriente hoy desorienta como a muchos cubanos en la isla”, dijo, medio en broma, medio en serio.
La publicación cerró con una etiqueta que lo dice todo: #AvanzamosRetrocediendo, una crítica que suena bajito, pero retumba fuerte en la conciencia colectiva.
Cuando la única opción es subir al techo
Lo que parece un chiste en redes es una realidad cada vez más común. Los apagones prolongados tienen a las familias cubanas viviendo al límite, sobre todo en el oriente del país, donde el calor no da tregua y la electricidad aparece menos que el pollo en las carnicerías.
La imagen de alguien durmiendo en una placa no es metáfora ni pose artística. Es una adaptación desesperada, una forma de buscar aunque sea un poquito de brisa en medio de noches pegajosas y llenas de zancudos.
La escuela tampoco se salva del apagón
La falta de corriente ha obligado a instituciones como los círculos infantiles y las escuelas a buscar soluciones que huelen a siglo XIX. En Baracoa, por ejemplo, están cocinando con leña en un círculo infantil, mientras reducen horarios para tratar de salvar al menos las meriendas de los niños.
Las educadoras, que ya tenían bastante, ahora cargan con más trabajo, más estrés y menos condiciones. Y si creías que eso era todo, en Artemisa se han tenido que flexibilizar los horarios escolares y eliminar el uso del uniforme, porque ni hay luz, ni hay clima, ni hay con qué planchar.
La educación se adapta como puede, pero los apagones no dan tregua
En muchas escuelas han tenido que cambiar completamente la rutina: se mueven de sede, se ajustan los turnos, y se improvisa lo que se puede. Todo para evitar que niños y maestros se desmayen del calor o se conviertan en buffet para los mosquitos.
Así anda Cuba hoy: con la gente buscando sombra donde no hay, con niños que estudian a medias y familias que suben al techo como si fuera un campismo sin carpa, sin luz y sin esperanza.
Pero a pesar de todo, ahí están: adaptándose, resistiendo, soñando con un país donde dormir no sea una lucha nocturna y donde tener corriente no sea una suerte, sino lo normal.