Gerardo Hernández, exespía de la Seguridad cubana y actual jefe de los CDR, volvió a hacer de las suyas. Esta vez no fue desde un podio ni tras un micrófono oficialista, sino al ritmo de una conga improvisada dentro de una bodega estatal en Güira de Melena, Artemisa. La escena, que parece sacada de una tragicomedia nacional, ocurrió este miércoles cuando un aguacero sorprendió a los asistentes de un acto político disfrazado de “barrio debate contra las drogas”.
El evento, típico en la agenda de propaganda del régimen, incluía a las autoridades locales, vecinos movilizados —seguramente a base de presión o estímulo en jabitas— y una dosis generosa de ese populismo barato que tanto le gusta al sistema. Pero la lluvia cambió los planes. La actividad no se suspendió, sino que se mudó a una bodega estatal, ese lugar que en Cuba ya no simboliza abastecimiento, sino más bien escasez con carácter crónico.
Y fue allí donde Gerardo, sin que nadie se lo pidiera, se echó la conga encima. Con música a todo meter y banderas en mano, convirtió la penuria en carnaval, demostrando una vez más que para el aparato del poder el show siempre debe continuar, aunque sea entre estantes vacíos y goteras.
El video circuló como pólvora en las redes sociales oficiales, donde los voceros del régimen no tardaron en aplaudir la «resistencia alegre del pueblo». Pero más allá de esa narrativa manipulada, lo que se vio fue un espectáculo grotesco, una burla danzante frente al sufrimiento real de millones de cubanos que no tienen qué poner en el plato.
La imagen de Gerardo Hernández bailando entre consignas y consignas no es solo ridícula, es reveladora. Muestra el nivel de desconexión entre la cúpula del poder y la realidad del cubano de a pie. En vez de respuestas concretas ante los apagones, el hambre o los precios imposibles, lo que ofrecen son bailes, palmas y un discurso de resistencia que ya nadie se traga.
Recordemos que este personaje no es cualquier cuadro del sistema. Gerardo fue uno de los famosos «Cinco espías» condenados en Estados Unidos por infiltrar organizaciones del exilio cubano. Liberado tras los acuerdos diplomáticos del llamado deshielo con Obama, ha sabido reciclarse como figura clave del engranaje ideológico del castrismo. Hoy encabeza los Comités de Defensa de la Revolución, una de las estructuras más oxidadas y represivas del régimen, aunque intenten maquillarla como “organización de masas”.
Desde su regreso, Hernández se ha convertido en la cara sonriente de campañas políticas comunitarias, esas que enmascaran control social bajo la excusa del “trabajo con el pueblo”. Su conga no es un acto espontáneo de alegría, es un gesto calculado para vender optimismo mientras el país se hunde.
Pero ya ni los más fieles creen en esa puesta en escena. Porque cuando la única respuesta del poder ante la miseria es ponerse a bailar en una bodega, queda claro que estamos ante un sistema que hace mucho tiempo perdió el sentido de la vergüenza.