Mientras el país se cae a pedazos, el gobernante Miguel Díaz-Canel vuelve a hacer las maletas para otra gira internacional, esta vez rumbo a Bielorrusia, un régimen tan represivo como el suyo. Según confirmó el embajador cubano en Minsk, Santiago Pérez Benítez, la visita oficial será los días 25 y 26 de junio, con el pretexto de fortalecer lazos estratégicos entre ambos gobiernos, ambos marcados por sanciones, autoritarismo y violaciones sistemáticas de los derechos humanos.
Díaz-Canel no va solo a saludar. También piensa participar en la cumbre de la Unión Económica Euroasiática, una jugada que, según las autoridades bielorrusas, pretende afianzar una alianza que desde hace rato se cuece entre bastidores. Una alianza entre dos sistemas que se retroalimentan de represión, propaganda y una desconexión total con la realidad de sus pueblos.
El embajador cubano soltó, muy orondo, que «hacía tiempo que no visitaba la hermana Bielorrusia», y añadió que el mandatario mantiene una amistad entrañable con Alexander Lukashenko, el dictador bielorruso que lleva años en el poder aplastando cualquier atisbo de oposición. Así que no sorprende que se entiendan tan bien: son pájaros del mismo plumaje.
Desde el oficialismo cubano se habla de un “salto cualitativo” en las relaciones bilaterales, con acuerdos en sectores como la industria, la salud, la biotecnología y la educación. Puro cuento para tapar el fracaso de un modelo económico que no levanta cabeza. Por su parte, Sergei Aleinik, desde el Consejo de la República bielorruso, se deshizo en elogios sobre las tres décadas de relaciones entre ambas naciones. Pero más allá de los discursos adornados, lo que brilla por su ausencia son los beneficios reales para el pueblo cubano.
Entre los supuestos avances, mencionan la creación de una empresa mixta para producir medicamentos, contratos para importar fármacos y planes para renovar la maquinaria agrícola. También hablan de intercambios universitarios y turismo de sanatorios. Todo muy bonito en el papel, pero el cubano de a pie sigue haciendo colas para conseguir un antibiótico o una libra de arroz.
Y aquí viene la gran pregunta: ¿a quién beneficia realmente esta gira?
Mientras Díaz-Canel viaja y se codea con dictadores, la isla entera sufre una crisis profunda. Apagones diarios, inflación galopante, hospitales colapsados, y una migración desbordada que ya parece estampida. Y encima, una juventud que se está levantando, harta de tanto abuso y de tanta burla.
El reciente tarifazo de ETECSA ha sido la gota que colmó el vaso. En pleno siglo XXI, el acceso a internet en Cuba es un lujo que muchos no pueden pagar. La nueva política obliga a recargar en dólares, dejando a los que viven del salario en CUP fuera de juego. El resultado ha sido un estallido de indignación en las universidades, con paros, declaraciones públicas y un movimiento estudiantil que no se deja silenciar.
Pero como ya es costumbre, la respuesta del régimen ha sido culpar al “enemigo externo”. Una narrativa vieja y gastada que ya nadie se traga. En lugar de escuchar, reprenden. En lugar de corregir, criminalizan. En lugar de servir, se sirven.
Mientras tanto, Díaz-Canel sigue con su gira de autocomplacencia, estrechando manos manchadas de represión como la suya, firmando acuerdos que no resuelven el hambre ni el apagón, y dejando al país más hundido de lo que lo encontró.
Este nuevo capítulo diplomático con Bielorrusia no es más que otro teatro del castrismo para intentar proyectar fortaleza en medio del naufragio. Pero la realidad no miente: la Cuba oficial se abraza a otros regímenes decadentes, mientras su pueblo sigue esperando justicia, libertad y un futuro digno.
Y esa gira, como tantas otras, solo confirma una verdad incómoda: el régimen viaja, negocia y pacta… pero no gobierna para su gente.
