Murió sin ruido uno de los hombres que pasó su vida protegiendo al máximo símbolo del poder en Cuba, y con él se fue también otro pedazo del aparato represivo que sostiene al régimen. El pasado 4 de junio, en La Habana, falleció Elvin José Fontaine Ortiz, teniente coronel de la reserva del Ministerio del Interior y escolta personal de Fidel Castro por más de seis décadas. Pero, aunque dedicó su vida a blindar la figura del dictador, su muerte apenas levantó polvo en la prensa oficialista.
La noticia la recogió, casi en solitario, Tribuna de La Habana y algunos comunicadores de la cuerda del Gobierno. Nadie más. Ni homenajes de peso, ni luto nacional, ni grandes titulares. Como quien deja de existir sin que le importe demasiado a quienes antes lo usaron como escudo humano del poder.
Fue el Centro Fidel Castro Ruz el que, con algo más de formalidad, confirmó el deceso. En su comunicado, relataron que Fontaine nació en 1944 en Buey Arriba, Granma, y desde joven se metió en la maquinaria militar revolucionaria, primero bajo las órdenes del Che Guevara y más tarde, en 1965, como parte del anillo más cercano de seguridad de Fidel. Es decir, de los que se tragaron el cuento completo y juraron lealtad sin cuestionar.
El relato oficial no solo lo pinta como escolta, sino también como historiador, cronista y taquígrafo. Publicó varios libros dedicados a glorificar la imagen de Fidel, como Fidel y la guerra desconocida y Fidel al frente del rescate. También se dice que fue uno de los fundadores del propio centro que ahora le rinde homenaje. Una vida entera al servicio del culto a la personalidad.
Sin embargo, más allá de esa nota institucional, ni los noticieros del Estado ni los grandes medios cubanos se molestaron en hacer eco de su muerte. Ni un velorio televisado, ni actos solemnes. Nada. Solo unas pocas menciones nostálgicas de figuras del oficialismo que, como Raúl Alejandro Palmero, usaron sus redes para decirle adiós con frases de libreto: “Misión cumplida… Serás recordado por tu fidelidad al Comandante”.
Otra que se sumó fue Daily Sánchez, quien inundó Facebook con fotos casi inéditas del difunto. En una de esas publicaciones, el presentador Oni Acosta Llerena recordó su último encuentro con Fontaine y preguntó si llegó a terminar un libro que estaba escribiendo. Pero ni eso levantó mayores emociones.
En un intento por maquillar el silencio mediático, el exagente de la Seguridad del Estado, Carlos Serpa Maceira, escribió en Tribuna de La Habana un texto en tono épico, ensalzando la “modestia, talla moral y vocación pedagógica” del escolta. Pero más allá de ese rincón oficial, el país siguió como si nada, sin luto ni gloria, como si no se hubiera muerto alguien que vivió a la sombra de la élite política por más de medio siglo.
Esa es la paradoja del castrismo: te exigen lealtad absoluta, te usan mientras sirves, te premian con medallitas y libros vacíos… pero cuando dejas de respirar, te borran en silencio si no eres útil para su narrativa.
Elvin Fontaine fue uno de esos soldados del silencio, que vivió para proteger a un dictador que ya no existe, y murió sin que su sistema le devolviera el mínimo homenaje digno. Un final frío para uno de los tantos engranajes de un poder que solo venera mientras le conviene.