Después de días de apagón informativo y un reguero de rumores en redes, el general Álvaro López Miera, jefe de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, se dejó ver otra vez en los medios oficialistas, como quien dice: “Mírenme, sigo aquí, firme con el circo”. Con 81 abriles encima y una vida entera al servicio del aparato represivo, su reaparición parece más una jugada desesperada del castrismo que una simple visita de rutina.
Según el show montado por la prensa estatal, López Miera fue a chequear cómo anda la cosa con el arroz en La Sierpe, Sancti Spíritus, acompañado por otros cuadros del sistema. Las cámaras lo captaron bien serio, de gorra verde olivo y con cara de “esto va bien”, mientras inspeccionaba los sembrados de la Unión Agropecuaria Militar. El mensaje es claro: no se ha ido, ni ha renunciado, ni ha traicionado al clan. Pero la puesta en escena no convence a nadie.
Y es que el fuego se encendió en redes cuando circuló una carta, presuntamente escrita por el propio López Miera, en la que habría dicho adiós al régimen y se habría refugiado en República Dominicana. El documento, publicado por un usuario llamado Democritus Verita, no solo sacudió el avispero, sino que cuestionaba de frente a las FAR y al MININT, señalándolos como el garrote del Partido Comunista, jamás el “pueblo uniformado” que venden en el noticiero.
“La realidad es que nos han convertido en cómplices del abuso”, decía la supuesta carta, que invitaba a los militares a desobedecer órdenes de represión y a respaldar la Constitución de 1940, esa que el castrismo enterró hace décadas para imponer su legalismo a conveniencia. Por supuesto, la dictadura no se quedó callada y sacó a pasear al general como ficha viva en su tablero para sofocar la especulación.
Todo esto ocurre en un momento donde la olla de presión social está al rojo vivo. Mientras la gente revienta en los barrios por los apagones, los precios impagables y el descaro de ETECSA con sus tarifas abusivas, el régimen intenta proyectar “unidad” entre sus altos mandos. Por eso también vimos hace poco a Raúl Castro, arrastrando los pies en otro acto simbólico, ascender al ministro del Interior, Lázaro Alberto Álvarez Casas, a General de Cuerpo de Ejército. Un pase de batón en cámara lenta, para que no se note la desesperación.
Con este nuevo ascenso, el castrismo intenta reforzar su núcleo duro. Ya suman cuatro los generales de cuerpo de ejército activos: López Miera, Joaquín Quintas Solá, Roberto Legrá Sotolongo y el recién estrenado Álvarez Casas. Pero más allá de los grados y las medallas oxidadas, lo que salta a la vista es el miedo que le tienen a perder el control del relato, sobre todo ahora que las redes sociales están minando la narrativa oficial como nunca antes.
En ese contexto, la visita del anciano general a los campos espirituanos tiene más de mensaje político que de gestión agrícola. La dictadura necesita demostrar que su maquinaria represiva sigue alineada, aún si hay fracturas internas que prefieren mantener bajo siete llaves. La reaparición de López Miera es un acto de propaganda, no de gobernabilidad.
Este militar, que lleva años comiendo del poder y blindando al castrismo desde su trinchera, no está ahí por amor a la patria, sino por lealtad a un sistema que le ha garantizado privilegios a costa del sufrimiento del pueblo. No es un héroe de la república, como lo pintan; es uno de los guardianes de la cárcel en que han convertido a Cuba.
Y aunque lo disfracen de estabilidad, lo cierto es que el régimen está temblando por dentro, y lo que vimos esta semana no es más que otra maniobra para ganar tiempo en medio del colapso. Pero ni la imagen de un general octogenario ni los actos coreografiados pueden tapar el creciente rechazo popular. La gente ya no traga el cuento. Y cada día son más los que se atreven a decirlo en voz alta.