En El Caney, ese paraíso tropical de Santiago de Cuba conocido por sus mangos que dan gloria, la fruta se pudre en el suelo. No por capricho del clima ni castigo divino, sino por el eterno caos que reina en un país donde lo más abundante no es la fruta, sino la falta de planificación, la escasez crónica y el abandono estatal.
Según el propio periódico oficial Granma, la Cooperativa Mártires de El Caney, que cultiva cerca de 300 hectáreas repletas de mango, estima que este año podrían cosechar más de 600 toneladas. Pero aquí no hay final feliz. Ni siquiera tienen envases para guardar la producción.
Y no es solo eso. La electricidad va y viene como si estuviera de vacaciones, y cada apagón significa que se paraliza la pequeña industria local, donde intentan —como pueden— convertir los mangos en pulpa, cremas o dulces. Pero todo depende de que la corriente regrese… y eso es un lujo hoy en día en Cuba.
“A la hora que llegue la electricidad, nos vamos para la minindustria”, confesó Bacilis Leyva Durán, el presidente de la cooperativa, quien parece más resignado que esperanzado. Lo cierto es que, entre la falta de envases y los apagones interminables, el mango termina madurando de más o robado en las propias fincas.
La fruta más sabrosa del oriente cubano se está perdiendo, mientras en la ciudad se vende como si fuera oro. Dulce María Cedranes Rivera, una de las productoras asociadas, lo resumió bien: “No damos abasto. Y encima, los venden carísimos en la ciudad”.
¿Dónde están los responsables? ¿Quién responde por esto?
Mientras el pueblo aguanta el calor y los precios por las nubes, el régimen sigue atado a un sistema que no funciona. La falta de insumos, la pésima logística y la improvisación constante son las verdaderas plagas que están matando el agro cubano.
El Caney intenta no dejar morir su historia, esa que el inolvidable Félix B. Caignet inmortalizó en sus pregones. Pero, por mucho que quieran, no hay espíritu que aguante sin frío, sin recursos y sin apoyo real.
Porque no se trata solo de que haya mango. El reto es que llegue fresco y asequible a la mesa del cubano, algo que cada vez parece más lejano. En medio del calorón del verano y el mercado abarrotado de abusos, el mango sigue siendo un lujo que pocos pueden pagar.
Y lo más triste es que esto no es nuevo ni aislado. Ya en 2021, en Manzanillo, se perdió toda una cosecha de mango en la finca El Palmar, simplemente porque las empresas estatales del Ministerio de Agricultura no garantizaron la recogida ni la distribución. Y ahora, cuatro años después, el mismo cuento en otro escenario.
La historia se repite: miles de toneladas al garete, mientras el pueblo pasa hambre. La campaña actual en Granma, que va de mayo a agosto, ya pinta como otra más marcada por la desidia, las promesas vacías y la incapacidad del sistema.
Y para rematar, en redes sociales se multiplica el asombro. El creador Jesús de Cuba (@jesusdecuba) mostró en TikTok cómo un mango puede llegar a costar hasta 500 pesos, una locura para una fruta que se cae sola en los campos de la isla.
En cualquier país con sentido común, un tesoro como el mango sería motivo de orgullo, desarrollo y exportación. En Cuba, es solo otro ejemplo más de cómo el régimen ha convertido la abundancia en miseria.