Lo que pasó anoche en La Habana no tiene nombre. Y no, no es una historia vieja ni una leyenda urbana. Es una realidad cruda que deja un sabor amargo: un anciano murió bajo la lluvia, atropellado por una guagua, mientras la ayuda nunca llegó a tiempo. Así, sin adornos. Como ocurre tantas veces en Cuba, pero esta vez, alguien lo contó.
Todo sucedió en la intersección de las calles 42 y 37 del municipio Playa, en pleno aguacero y con la visibilidad por el piso. La víctima, un hombre mayor, cruzaba la calle cuando una guagua de Transgaviota lo embistió. Las condiciones eran terribles: lluvia, poca luz y una calle mal iluminada. Todo lo que puede salir mal… salió mal.
Según relató Manuel Viera, un testigo que lo vivió en carne propia, el impacto fue brutal. A pesar de eso, un transeúnte logró acercarse al cuerpo del señor y gritó que ¡todavía tenía pulso!, que alguien hiciera algo, que llamaran a emergencias. Y eso hicieron: marcaron el famoso 106.
¿Y qué pasó? Pues lo que suele pasar: les dijeron que “la técnica ya iba en camino”, pero el tiempo empezó a correr… y correr… y nada. Pasaron más de 20 minutos y no apareció ni una ambulancia, ni una patrulla, ni siquiera un bombero.
Solo un par de motos de la policía de tránsito se asomaron por allí, como si con eso bastara. Mientras tanto, el cuerpo del señor seguía tirado, aplastado bajo la guagua, frente a una multitud que no podía creer lo que estaba viendo.
Después de más de 40 minutos, apareció finalmente una unidad de bomberos, proveniente de una estación que estaba a solo unas cuadras. Un joven se acercó, revisó el cuerpo y lo cubrió con una lona. Ya era tarde.
Cinco minutos después llegó la ambulancia, cuando ya no había signos vitales. El silencio se apoderó del lugar, mezclado con la rabia de los vecinos que no paraban de gritar y exigir explicaciones a los funcionarios que llegaron cuando ya no hacía falta.
Manuel, el testigo principal, decidió no tomar fotos del cuerpo por respeto, pero sí compartió su experiencia. Lo describió como “un señor mayor con una gorrita roja” y confesó que lo que vivió lo dejó con una “sensación de desamparo” que todavía le retumba en el pecho.
Hasta hoy, nadie ha dicho nada oficialmente. Ni el nombre de la víctima, ni una disculpa, ni una explicación. Y mientras tanto, los habaneros se quedan con el miedo y la indignación de saber que en su ciudad, si te pasa algo grave, puedes morirte esperando que alguien venga a ayudarte.