En un nuevo acto de autoengaño institucional, Miguel Díaz-Canel volvió a vender humo este viernes durante la clausura del noveno Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC). Desde su podio, y sin mencionar un solo problema real que azota a la isla, soltó una perla optimista: “Estoy convencido de que vamos a superar los retos de la economía”. Como si bastara repetirlo para que el pollo aparezca en los mercados o se acaben los apagones.
Con su ya gastado discurso de resistencia y fe ciega en el “modelo cubano”, el mandatario volvió a repetir su mantra sin ofrecer soluciones reales. Halagó un informe sobre el llamado “proceso de corrección de distorsiones” —una frase rimbombante que suena muy linda en papel, pero que en la vida diaria no ha aliviado ni un gramo la angustia del cubano de a pie.
Según él, las propuestas presentadas por la ANEC son “interesantes” y representan una guía útil para “reimpulsar la economía”. Todo muy bonito, sí, pero la realidad en la calle es otra: falta comida, no hay medicamentos, el salario no alcanza ni para sobrevivir, y los jóvenes siguen escapando como pueden. ¿A qué economía se refiere este señor?
“Aquí no hay nadie vencido, ni derrotado”, dijo con ese tono triunfalista que ya suena a burla. Y aunque trate de animar a los suyos con frases épicas, la verdad es que el pueblo sí está vencido… por el hambre, por el apagón, por la desesperanza y por décadas de mentiras.
Mientras la prensa oficialista aplaude todo como si fuera un logro, los acuerdos del congreso suenan como una obra de ciencia ficción: más investigación, formación de talentos, desarrollo territorial, combate a la “desinformación” y hasta educación económica para el pueblo. Todo eso mientras la economía real está patas arriba y el modelo que defienden sigue siendo un callejón sin salida.
Por supuesto, no podía faltar el viejo cuento del embargo. Díaz-Canel y sus acólitos siguen culpando a Estados Unidos de absolutamente todo, como si el desgobierno, el robo institucionalizado y la falta de reformas estructurales no tuvieran nada que ver con la debacle.
El vicecanciller Carlos Fernández de Cossío también hizo su entrada en escena, con su guion bien ensayado: que si guerra económica, que si bloqueo despiadado, que si el embargo no deja respirar. Nada nuevo bajo el sol. Según él, los analistas que no ponen el embargo en el centro de la crisis están siendo “superficiales o sesgados”. Pero lo que en realidad es superficial es seguir ignorando la responsabilidad del propio régimen en esta catástrofe nacional.
La crisis cubana no es solo culpa del embargo, sino del sistema fracasado que se niegan a cambiar. La centralización extrema, la falta de libertades económicas, la represión, el burocratismo enfermizo y la corrupción son el verdadero cáncer de la isla.
En vez de hablar tanto de “resistencia creativa”, Díaz-Canel debería empezar por admitir el fracaso rotundo del experimento socialista cubano. Porque mientras él se pasea por congresos y habla de documentos guía, el pueblo sigue atrapado en la peor crisis en décadas, sin esperanza, sin opciones y sin libertad.