El viejo tren eléctrico de Hershey, esa joya ferroviaria que alguna vez dio vida a decenas de comunidades entre La Habana y Matanzas, ha vuelto a ser noticia… pero no por volver a funcionar, sino por los mismos cuentos reciclados de siempre. Promesas huecas disfrazadas de progreso, en un país donde los rieles —como todo lo demás— siguen rotos y oxidados por culpa de la desidia del régimen.
Desde que en 2017 el tren quedó fuera de servicio, la vida de los más de 46 pueblos que dependían de su trayecto diario quedó patas arriba. Sin transporte fiable, sin opciones y con la incertidumbre a cuestas, cientos de familias quedaron prácticamente aisladas, olvidadas como si no existieran. Y ahora, como si no hubiera pasado nada, el Ministerio de Transporte sale con otra de sus novelas mal contadas.
Una visita con mucho bla bla y nada de tren
Durante un recorrido por Matanzas, el ministro Eduardo Rodríguez Dávila anunció —con cara de circunstancia— que supuestamente se trabaja en la recuperación del tren y la estación ferroviaria. Pero apenas uno escarba un poco, se ve el cartón: no hay pruebas programadas, el ferrobús que mencionan “no está apto técnicamente” y, como es costumbre, no hay fecha para nada. Todo queda en el aire, como un espejismo sobre rieles rotos.
Ramón Rodríguez Zamora, uno de los directivos citados por el periódico oficialista Girón, lo dijo sin querer: todo es una idea en pañales, nada concreto. Y claro, cuando el transporte público se gestiona desde la improvisación y el teatro político, ¿quién puede tomarse en serio sus “planes de rescate”?
Hablan de restaurar la estación como sitio “operacional, turístico y cultural”, financiado por el Fondo para el Desarrollo del Transporte Público. Pero los que conocen la realidad en el terreno saben que esto suena más a maquillaje que a compromiso verdadero.
Un pueblo dejado atrás por el tiempo… y el régimen
Según René Peña García, de la Unión de Ferrocarriles, quieren rescatar primero el edificio como patrimonio para “algún día” —cuando el viento sople a favor— volver a transportar pasajeros con locomotoras diésel. Pero lo cierto es que, a día de hoy, ni patrimonio ni transporte: el abandono sigue mandando.
El tren de Hershey no era solo un transporte: era un salvavidas para comunidades enteras, desde San Juan hasta San Francisco, pasando por Concuní, Río Blanco y otros pueblitos olvidados, muchos de ellos sin conexión directa con la Carretera Central. El recorrido de casi 100 kilómetros entre Casa Blanca (La Habana) y Matanzas era una bendición para los de abajo, los que no salen en los discursos triunfalistas.
Un legado que el castrismo dejó morir
Este tren no fue invento del régimen. Fue el visionario estadounidense Milton S. Hershey quien mandó a construirlo en los años 20 para conectar su ingenio azucarero con la capital. Un siglo atrás, ya él entendía la importancia del transporte para el desarrollo de los trabajadores y sus familias. Su red de 140 kilómetros electrificados fue un adelanto que ni en los sueños húmedos de los burócratas del MINTRANS se ha visto replicado.
Después de la Revolución, el ingenio pasó a manos del Estado, fue rebautizado como Camilo Cienfuegos, y poco a poco fue cayendo en picada. El golpe de gracia llegó con la infame Tarea Álvaro Reynoso —el capricho de Fidel Castro en 2002— que cerró 120 de los 165 ingenios del país, destruyendo miles de empleos y condenando al olvido a pueblos enteros.
Hoy, ese pueblo que fundó Hershey en Santa Cruz del Norte no es más que un caserío fantasmal, donde la prosperidad quedó enterrada bajo la maleza y el moho. Los vagones, que llegaron como donación desde Barcelona en los 90, apenas son chatarra nostálgica. Y de los 17 coches originales, quedan solo tres… agonizando.
Rieles que ya no llevan a ninguna parte
Más allá del discurso oficialista y sus shows mediáticos, el tren de Hershey sigue sin arrancar, como metáfora perfecta del país. Mientras la cúpula vive en su burbuja, hablando de turismo y “fines culturales”, la gente sigue a pie, esperando un tren que no llega… ni va a llegar.
Cuba no necesita más promesas: necesita acción, dignidad y futuro. Y el régimen, una vez más, demuestra que no tiene ni las ganas ni la capacidad de ofrecérselo a su pueblo.