En medio del aumento de operativos contra el crimen organizado en Estados Unidos, la Patrulla Fronteriza del Sector Miami arrestó esta semana a un ciudadano cubano sin papeles, identificado como Ángel Rodríguez, a quien las autoridades vinculan directamente con la pandilla callejera Latin Kings, una de las más peligrosas y organizadas del país.
Fue el jefe de ese sector, Jeffrey Dinise, quien hizo sonar la alarma a través de su cuenta oficial en la red social X, donde colgó la foto del detenido —tatuajes a la vista— bajo el título provocador de “Criminal de la semana”.
“Aquí lo tienen: Ángel Rodríguez, inmigrante ilegal de Cuba y miembro activo de los Latin Kings”, publicó Dinise, en una movida que mezcla visibilidad mediática con una clara postura política contra la inmigración irregular.
Aunque no ofrecieron muchos detalles sobre cómo ni dónde se produjo el arresto, la publicación aclara que ocurrió a inicios de semana, como parte de una serie de acciones dirigidas a frenar la expansión de estas bandas en el sur de la Florida.
Ángel Rodríguez tiene una mochila criminal bien cargada. Según Dinise, el cubano enfrenta cargos por robo de identidad, hurto mayor, posesión ilegal de armas y falsificación de documentos. Un perfil que no ayuda precisamente a la narrativa del “refugiado que busca un nuevo comienzo”, como tanto pregona el castrismo cuando habla de sus emigrados.
¿Quiénes son los Latin Kings? Un monstruo nacido del abandono
Lo que comenzó como un movimiento de defensa comunitaria entre jóvenes latinos en los años 50 en Chicago, terminó evolucionando en una maquinaria criminal con tentáculos en todo el país. Los Latin Kings han sabido mutar y crecer, mezclando símbolos de orgullo étnico con una estructura militarizada y violenta que los ha hecho tristemente célebres.
Desde Nueva York hasta Florida, pasando por prisiones, barrios marginales y hasta calles de países como España, Colombia o Ecuador, esta pandilla ha expandido su imperio a base de tráfico de drogas, extorsión y homicidios. Sus integrantes usan los colores dorado y negro, y una corona de cinco puntas como emblema de poder. Pero lo que realmente los mantiene unidos es su “literatura”: un documento interno que dicta desde su filosofía hasta los castigos, que pueden ir desde palizas hasta ejecuciones si alguien rompe las reglas.
No es un secreto que los Latin Kings han reclutado a decenas de jóvenes cubanos recién llegados, muchos de ellos sin apoyo, sin familia, y con un pasado marcado por la violencia o el adoctrinamiento estatal. El régimen cubano guarda silencio, como siempre, cuando sus hijos terminan atrapados en estas redes. Prefiere lavarse las manos antes que admitir el desastre social que exporta.
Trump y su guerra frontal contra las pandillas
Desde que Donald Trump regresó a la Casa Blanca en enero, su administración ha retomado con fuerza su política de “mano dura” contra las pandillas y los grupos delictivos integrados, en muchos casos, por inmigrantes sin estatus legal. A través de operativos conjuntos entre la Patrulla Fronteriza, el ICE, el FBI y policías locales, el objetivo es claro: limpiar las calles y sacar del país a quienes representan una amenaza.
Herramientas legales como la Ley RICO, diseñada para perseguir estructuras criminales organizadas, han vuelto al centro del escenario. El mensaje es directo: si formas parte de una pandilla, no importa tu nacionalidad ni tu historia, te vas.
Eso sí, no han faltado las críticas de algunas organizaciones de derechos civiles que acusan a las autoridades de detener personas solo por sus tatuajes o apariencia, sin pruebas contundentes. Una discusión que sigue abierta, pero que no cambia el fondo del problema: el crimen no respeta fronteras, y muchas veces se viste de víctima para colarse en tierra ajena.
Mientras tanto, el caso de Ángel Rodríguez sirve de ejemplo de cómo el desgobierno cubano sigue empujando a su gente hacia la marginalidad y el crimen, dejando que sea otro país el que cargue con las consecuencias. La dictadura en La Habana seguirá callada, mientras miles de cubanos como Ángel terminan atrapados en un juego violento que nunca pidieron… o sí.
