En un acto que muchos cubanos recibieron con burla —y no precisamente por gusto—, Miguel Díaz-Canel soltó otra de sus “verdades” en la clausura del IX Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores de Cuba (ANEC): “Para construir el socialismo, hace falta una economía bien estructurada.” ¡Tremendo descubrimiento, compañero!
La cita fue en el Palacio de Convenciones de La Habana, pero más que un encuentro serio de economistas, aquello fue un festival de consignas y discursos reciclados. Mientras tanto, en la otra Cuba —la real— la gente anda entre la desesperanza, el hambre y la inflación galopante. Pero eso no se mencionó mucho, claro.
¿Un plan económico serio? Sigue brillando por su ausencia.
Según el libreto oficial que repitió Granma como loro amaestrado, el mandatario cree que las conclusiones de ese congreso deberían servir de “guía de trabajo” para apoyar su famoso programa de correcciones económicas. Una especie de parche improvisado que no arregla nada, sino que termina hundiendo más la economía nacional.
La cosa es que, por primera vez en mucho tiempo, Díaz-Canel reconoció —aunque a su manera torcida— que “no se puede seguir improvisando con la economía” y que esta debería ser “una ciencia al servicio de la justicia”. Una confesión que, si no fuera tan trágica, daría risa. Porque si algo ha hecho su gobierno es jugar a la economía como quien lanza los dados.
La triste realidad es que la economía cubana sigue cuesta abajo y sin frenos.
Desde la unificación monetaria, que fue un desastre anunciado, hasta el experimento fallido del comercio en MLC, el castrismo ha probado una y otra vez que no sabe ni quiere soltar el timón del control estatal. El éxodo masivo de economistas hacia el sector privado —o directamente fuera del país— es prueba viva de que este modelo no da para más.
Pero en lugar de hacer una autocrítica honesta, el régimen se atrinchera en su cuento eterno del “bloqueo yanqui”. Como si la miseria, el desabastecimiento, la corrupción institucionalizada y la represión brutal fueran culpa de Washington y no del desastre interno. Ni una palabra sobre el costo humano de censurar al que piensa distinto o del ahogo económico al que se somete a los emprendedores.
Para el gobierno, “reformar” es mantener el poder. Para el pueblo, es sobrevivir un día más.
Mientras Díaz-Canel habla de fortalecer la empresa estatal socialista y recortar el déficit fiscal, el cubano de a pie sabe que esas frases huecas no llenan el plato ni pagan el paquete de datos. Los servicios públicos se caen a pedazos, la moneda nacional no vale nada, y la corrupción sigue siendo parte del engranaje.
En ese congreso, algunos delegados —los más atrevidos, quizás— insinuaron que haría falta más análisis serio, menos “invento”, y que las políticas económicas no pueden seguir siendo ajenas al criterio técnico. Pero el cierre del evento lo dejó todo claro: una Declaración Política que reafirma el respaldo al régimen y repite el cuento de las “campañas de desinformación”.
Consignas, promesas y citas de Lenin… otra vez el mismo circo.
No es la primera vez que el castrismo intenta disfrazar el fracaso con palabras bonitas. Díaz-Canel ya nos tiene acostumbrados a citar a Lenin cada vez que la cosa aprieta, como si con eso se resolvieran los apagones, el hambre o la migración. Pero el pueblo ya no compra ese cuento.
Las redes sociales siguen recordando con sarcasmo aquella frase de Fidel en los años 90, cuando dijo que vendrían más turistas a ver el “desarrollo social” que a disfrutar de las playas. Lo que se ve hoy en Cuba es otra cosa: edificios cayéndose, basura por doquier y una juventud que solo sueña con irse.
Hoy, muchos cambian su casa por un pasaje.
El deterioro económico es tan brutal que hay quienes están dispuestos a entregar su vivienda a cambio de un boleto para escapar del infierno. Mientras tanto, la población disminuye, las familias se separan, y el país se vacía poco a poco. Todo esto ocurre mientras desde el poder insisten en que “no se puede vivir de consignas”, aunque ese sea exactamente su plan: vivir del cuento… mientras el pueblo se ahoga.
