Desde Matanzas, una joven cubana ha sacudido las redes sociales con una denuncia que patea la cara del discurso oficialista. Sheyla, que en TikTok se identifica como @sheyreyes032, compartió un video que ya da la vuelta por todo el ciberespacio cubano: gastó 1 700 pesos en una compra que apenas alcanza para un par de días, y eso, estirando bien el plato.
¿Y qué compró por ese dineral? Una manito de plátano, un frasquito de ají cachucha y cuatro libras de tomate. Sí, 1 700 pesos por eso. Más de la mitad del salario promedio de cualquier trabajador estatal, tirado en una compra mínima que no llena ni tres calderos.
En el video, Sheyla no se guarda nada. Habla claro, con el estómago vacío y el corazón en la mano. Dice que las placitas oficiales están peladas, como siempre, y que al final uno termina en las carretillas privadas, donde los precios son un abuso. Una cebolla, por ejemplo, puede costar hasta 900 pesos. ¡Una cebolla, señores! Casi un salario entero por un ingrediente.
Pero lo más duro es cuando habla de los demás. “Hay familias que no comen todos los días, viejitos que viven con agua, café y las cáscaras de plátano que botan los otros”. Y lo dice con esa rabia que te sale cuando ya lo has perdido casi todo. “Aquí estamos todos contando los pesos, aguantando el hambre y haciendo malabares para sobrevivir”.
El video se llenó de comentarios en segundos. La gente pregunta cómo es posible que haya tanta comida en las carretillas si el Estado no garantiza nada. Otros se quejan de que el gobierno no promueve ni la siembra en los patios, ni una solución decente que alivie la olla. Muchos comparan los precios cubanos con los de otros países, y concluyen que en Cuba ni trabajando todo el mes te alcanza para tres comidas diarias.
Y esta no es la primera vez que un testimonio así revienta las redes. Hace poco, otra cubana en TikTok decía que desayunar café ya es un lujo. Ni hablar de un vaso de leche o unos pancakes. La escasez se ha vuelto norma, y la miseria, costumbre.
Por si fuera poco, el youtuber español Juanjo Dalmau mostró cómo se vende la carne en un agromercado: al aire libre, con moscas encima, sin refrigeración ni higiene. “¿Esto se podrá comer?”, se preguntó. Y una clienta, con resignación, le soltó: “Es lo que hay”.
También se hizo viral otro video donde una mujer muestra lo que recibe con la libreta: un poquito de arroz, algo de chícharos, frijoles, y una compota para dos personas durante todo el mes. Una escena que parece sacada de un campo de refugiados, no de un país que presume de sus logros sociales.
Pero lo de Sheyla no es nuevo. Ella lleva rato poniéndole rostro y voz a la realidad que vive su barrio, y que viven miles como ella. En otra ocasión, grabó cómo cocinaba con carbón para darle un platito a una vecina jubilada. “No es gran cosa, pero se la doy con cariño”, dijo mientras movía el fogón improvisado. Porque, al final, en Cuba lo que salva es la solidaridad del pueblo, no las promesas del gobierno.
En medio de esta crisis alimentaria sin fin, y con un aparato estatal que hace aguas por todos lados, las palabras de Sheyla son un grito que resuena en cada esquina de la isla. Un grito que denuncia el hambre, la precariedad y, sobre todo, el abandono brutal de un régimen que ha perdido todo contacto con la realidad.
