En medio del desastre cotidiano que vive Cuba, el régimen acaba de anunciar con bombo y platillo la entrega de un carro fúnebre eléctrico en el municipio villaclareño de Placetas. ¡Sí, como lo lees! Un vehículo “moderno” para llevar a los muertos… mientras los vivos siguen sin transporte, sin comida y sin futuro.
La noticia, que fue compartida por Kirenia Bermúdez Quesada —trabajadora de Comunales en Villa Clara—, parece sacada de un episodio de humor negro. Según contó, al acto de entrega asistieron funcionarios municipales, directivos de Sancti Spíritus y varios trabajadores del sector. Todos posando felices, como si estuvieran presentando el último modelo de auto en una feria internacional.
La realidad es otra, y muy dura. En las redes sociales, decenas de cubanos no tardaron en comentar que esta medida debería aplicarse en otros municipios, donde las familias tienen que inventar cómo llevar a sus difuntos al cementerio. Desde coches tirados por caballos hasta carretillas, cualquier cosa vale cuando el sistema te deja solo hasta en la muerte.
Los servicios funerarios en Cuba están en ruinas. La falta de vehículos, piezas de repuesto y un mantenimiento que brilla por su ausencia han hecho que enterrar a un ser querido sea una odisea más. Y no es solo en Villa Clara. Esto pasa en todas partes: desde Santiago de Cuba hasta Ciego de Ávila.
En Santa Clara, por ejemplo, ya se había hablado de un triciclo eléctrico para estos fines. Y en Sagua La Grande repitieron la misma fórmula. Pero seamos claros: esto no es innovación, es supervivencia desesperada. En Santiago, se han llegado a ver camiones cañeros —sí, de esos que cargan toneladas de caña— transportando ataúdes. Un espectáculo tristemente tercermundista, cortesía del “socialismo próspero y sostenible”.
Los carros fúnebres tradicionales están hechos leña. Sin neumáticos, sin baterías, y oxidados por el abandono. En Manzanillo, una familia tuvo que cargar el féretro de su ser querido en un camión de carga. En Ciego de Ávila, apenas ocho de los 19 vehículos estaban funcionando a principios de año. Y en Matanzas, hasta un periodista del oficialismo se atrevió a alzar la voz porque no pudo enterrar a su abuela por falta de combustible.
El régimen intenta vendernos esta historia del carro eléctrico como si fuera un logro. Pero no es más que un parche oxidado sobre una crisis profunda, estructural, que no se resuelve con un triciclo ni con discursos vacíos. Porque cuando el Estado no puede garantizar ni siquiera el último adiós digno, queda claro que la muerte, en Cuba, también viaja en apagón.
