En Cuba, donde la propaganda oficial se llena la boca hablando de “potencia médica”, un niño de apenas ocho meses está luchando por su vida sin que el Estado mueva un dedo para ayudarlo. Se llama Rafael Junior Chávez Carrera y está ingresado en estado crítico en el Hospital William Soler de La Habana, con un diagnóstico devastador: hepatitis neonatal idiopática. Su hígado ya no da más, y la única salida para salvarlo es un trasplante urgente. Pero claro, en este país atrapado en el subdesarrollo inducido por el propio régimen, ese tipo de operaciones no se hacen en bebés como Rafael.
La madre del pequeño, Yosmelis Chávez, ya fue confirmada como donante compatible, pero la familia choca de frente contra la cruda realidad: en Cuba no existe la infraestructura ni la voluntad política para practicarle ese trasplante. Es una historia que recuerda demasiado al caso de Amanda Lemus Ortiz, la niña que en 2023 también necesitó una operación similar y tuvo que ser trasladada a España gracias a una campaña ciudadana que le ganó la batalla a la burocracia.
Rafael, lamentablemente, está pasando por el mismo infierno. Y una vez más, el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) brilla por su ausencia, sin emitir un solo comunicado ni mostrar el más mínimo interés por resolver un caso de vida o muerte. Las redes sociales, como casi siempre en estos tiempos de abandono institucional, han sido el único canal donde se ha escuchado el clamor de los familiares.
Lo más desgarrador es que Rafael sí podría salvarse, si tan solo existiera un mínimo de voluntad por parte de quienes gobiernan. La familia ha empezado a gestionar una visa humanitaria con la esperanza de conseguir tratamiento en el extranjero, porque en su propio país no hay salida. El tiempo corre en su contra, y mientras tanto, los burócratas del MINSAP siguen en silencio, encerrados en sus oficinas con aire acondicionado.
Este caso vuelve a poner el dedo en la llaga: ¿de qué sirve tener médicos en misiones por el mundo si en casa los niños se mueren por falta de atención especializada? ¿Hasta cuándo los cubanos tendrán que depender de campañas desesperadas y milagros mediáticos para acceder a un derecho tan básico como la salud?
La historia de Rafael deja al descubierto un sistema de salud colapsado, sin recursos, sin equipos, sin personal capacitado para casos complejos como este. El famoso “bloqueo” no explica la falta de voluntad política, ni el abandono institucional, ni la frialdad con que se responde al sufrimiento de un bebé.
Ni Rafael ni su familia deberían estar pasando por esto. Pero en un país donde los hospitales se caen a pedazos mientras los funcionarios se cuidan en clínicas militares, la vida de un niño humilde no parece ser prioridad.
Y lo más duro es que mañana puede ser otro niño. Otra madre. Otro drama silenciado hasta que alguien lo grite en internet. Porque aquí, si no se vuelve viral, simplemente no existe. Y Rafael no tiene tiempo para esperar un milagro digital. Su vida pende de un hilo, y el silencio del régimen es una sentencia más cruel que cualquier enfermedad.
