Si algo está claro en Cuba es que comer se ha convertido en un lujo, y los precios del mercado informal en Cienfuegos lo dejan bien clarito. Una libra de frijoles cuesta 350 pesos, el arroz va por 270, y eso sin contar con el aceite a 1250 pesos y el pollo picado a 3600 el paquete de 10 libras. ¿Quién puede pagar eso con un salario de miseria? Nadie. Pero, según la prensa oficialista, el problema no es el sistema… ¡son los vendedores!
El artículo, publicado en el diario 5 de Septiembre y firmado por el periodista alineado con el régimen, Andrés Martínez Ravelo, se dedica a satanizar al que revende productos para sobrevivir, culpándolo de toda la inflación. Según él, hay quienes “prefieren ver cómo la comida se echa a perder antes de bajarle el precio”, como si los cubanos no supiéramos que la escasez viene desde arriba, no desde la esquina.
Una narrativa torcida que se niega a señalar al verdadero culpable
El discurso oficial, como siempre, evita mencionar la verdadera raíz del problema: un sistema económico fracasado que ha destruido la producción nacional, aniquilado el poder adquisitivo y dejado a un país entero dependiendo de inventos, remesas y milagros. Pero claro, es más fácil arremeter contra los carretilleros que aceptar que el modelo socialista no da pie con bola.
El periodista incluso sugiere que el gobierno debería “regular” el mercado con más controles o intervenciones estatales, como si ya no hubiera suficiente represión y vigilancia en cada aspecto de la vida cubana. Habla de subsidios, de aranceles, de “estimular o desestimular” ciertas actividades, como si estuviéramos en Suiza y no en una isla donde el pollo llega una vez al mes —si acaso— y el aceite es como el oro líquido.
Los números “oficiales” que no se comen ni un pan con croqueta
Para tratar de maquillar el desastre, la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI) sacó sus cifras mágicas de siempre. Según ellos, en mayo la inflación interanual fue de 16,43 %, la más baja desde que arrancó la pandemia. Suena bien… hasta que uno sale a la calle y ve la realidad: no hay comida, no hay plata y lo poco que hay cuesta un ojo de la cara.
Los datos “oficiales” hablan de un índice de precios al consumidor (IPC) que ha subido apenas 0,83 % este mes, y un acumulado del 7,45 % en lo que va de año. Pero eso no lo cree nadie. La calle dice otra cosa, y la gente lo sabe: la inflación que vive el cubano no cabe en esos numeritos maquillados por burócratas que nunca han tenido que hacer una cola para un pomo de aceite.
La miseria disfrazada de estadísticas
La propia ONEI reconoce que más del 90 % del ingreso de una familia cubana se va en comida y servicios básicos. Y aún así, la canasta que ellos mismos usan para medir el IPC no cubre ni lo mínimo para vivir. O sea, el cuento está tan mal contado que ni ellos pueden sostenerlo por mucho tiempo.
Mientras tanto, los rubros que más suben son los que no perdonan: Bebidas alcohólicas y tabaco (119,79 %), Restaurantes, hoteles, y servicios varios, todos por las nubes. Salud y comunicaciones son los que menos se han movido, claro, porque en esos sectores ya no hay nada que subir… ni que ofrecer.
Una economía deshecha por el propio sistema
El Observatorio de Monedas y Finanzas de Cuba (OMFi), uno de los pocos espacios que aún se atreven a decir la verdad, fue al grano: la inflación no ha bajado, lo que ha pasado es que el pueblo está tan pobre que ya no puede pagar más. Así de simple.
Ellos le llaman “ajuste por empobrecimiento”, una forma elegante de decir que los salarios y pensiones no dan ni para sobrevivir y que los precios han tocado techo porque nadie puede pagar lo que cuestan las cosas. No es que haya más comida o que haya bajado el dólar. Es que ya la gente no tiene ni cómo inventar.
El informe, elaborado por el economista Pavel Vidal y el desarrollador Abraham Calás, explica que los cubanos están pagando un “impuesto inflacionario” que los está dejando sin aire. Las familias que dependen del salario en pesos cubanos están condenadas a ver cómo su capacidad de compra se esfuma, sin que nadie en el poder mueva un dedo para cambiar el rumbo.
Una dictadura que exprime y culpa al pueblo
Al final del día, el régimen solo sabe culpar al que revende frijoles, al que vende arroz por la izquierda, al que carga con un pomo de aceite de contrabando para poder alimentar a su familia. Y mientras tanto, la élite vive bien, cena mejor, y se burla de un pueblo que hace malabares para sobrevivir.
No es la inflación lo que más duele. Es la impunidad con la que este sistema sigue destruyendo a una nación entera, mientras culpa al pueblo de las ruinas que ellos mismos provocaron.
