En Ciego de Ávila, un cubano ha decidido entregar su casa —con todo adentro— a cambio de dos pasajes para salir del país rumbo a Guyana. Así, sin rodeos ni vergüenza. Lo publicó en un grupo de Facebook y, como era de esperarse, no fue el único.
“Doy una casa por dos boletos y la diferencia la dejo con todo”, escribió el hombre, que prefirió mantenerse en el anonimato. Esa frase, corta pero demoledora, retrata con crudeza la desesperación que sienten miles de cubanos atrapados en un país que se cae a pedazos.
Una casa: antes orgullo, ahora simple moneda de escape
La publicación no ofrecía detalles: ni dirección, ni fotos, ni valor estimado. Pero eso poco importa cuando el mensaje es tan claro. En un lugar donde tener un techo era símbolo de seguridad, ahora es simplemente la llave para salir huyendo.
Lo más impactante es que, lejos de sonar como algo inusual, el ofrecimiento fue replicado en cadena por otros usuarios. Una mujer comentó que daba su casa en La Habana “por dos pasajes”, y otra ofreció la suya entera por un simple boleto hacia Uruguay. Así, con naturalidad, como quien cambia un televisor por una bicicleta.
La Isla se vacía y el régimen sigue mirando para otro lado
Lo que ocurre en esos grupos de migración ya no es un fenómeno aislado: es una subasta de vidas. Un mercado de dolor donde las casas, las neveras, las motos y hasta los recuerdos se cambian por una oportunidad de escapar. La ruta de Guyana, que no exige visa, se ha vuelto una puerta de escape clave para los que sueñan con llegar, paso a paso, hasta la frontera sur de Estados Unidos.
Más de 850 mil cubanos han dejado la isla desde 2022, según datos oficiales estadounidenses. En apenas un año fiscal, más de 220 mil fueron detenidos intentando cruzar la frontera con México. Todos ellos con una historia distinta, pero con el mismo motivo: huir del desastre que ha dejado el castrismo tras más de seis décadas de miseria y represión.
El castrismo intenta culpar al embargo, pero ya nadie les cree
Díaz-Canel sigue con el cuento de siempre, repitiendo que la culpa es del “bloqueo”. Pero la gente en la calle sabe bien que lo que los empuja a salir no es una medida extranjera, sino el hambre, la falta de futuro y la podredumbre de un sistema que ya no aguanta más ni por dentro ni por fuera.
Los expertos coinciden: lo que está vaciando a Cuba no es una sanción, es el propio régimen. La persecución política, los salarios de miseria, la corrupción, la inseguridad, la falta de libertad… Todo eso pesa más que cualquier excusa oficialista.
Cuba se va quedando sola, vieja y rota
La Oficina Nacional de Estadísticas, que no es precisamente disidente, reconoció que en 2024 Cuba cerró con menos de 10 millones de habitantes y el número más bajo de nacimientos en más de 60 años. Es un país que se vacía en silencio, entre vuelos clandestinos y despedidas eternas.
Y mientras tanto, desde la prensa oficialista intentan reescribir la historia, alegando que el éxodo no comenzó con la Revolución. Pero la realidad es terca: Cuba pasó de recibir inmigrantes a expulsar los suyos, como si la tierra que los vio nacer ya no los quisiera o, peor, los obligara a irse para sobrevivir.
Hoy, vender una casa por dos pasajes ya no es noticia, es rutina. Y eso es precisamente lo más triste: que la desesperación haya encontrado su precio y que el régimen ni siquiera se inmute.
Porque en Cuba, el dolor se vende al por mayor y el silencio del poder cuesta más que cualquier boleto de avión.