En una nueva jugada represiva que pretende aparentar orden mientras el país se cae a pedazos, la Sala de los Delitos contra la Seguridad del Estado del Tribunal Provincial de Santiago de Cuba condenó a un ciudadano a ocho años de prisión por tener en su poder un poco de marihuana. Sí, leíste bien: ocho años por dos envoltorios de yerba que llevaba escondidos en sus partes íntimas.
Los hechos ocurrieron el 2 de julio de 2024, cuando el hombre fue interceptado en plena carretera de Mar Verde, a la altura del kilómetro uno y medio. Lo que cargaba: una jaba de nylon con marihuana, un celular Samsung (que ya ni vale gran cosa en el mercado negro) y unos humildes 2,000 pesos cubanos en efectivo, que hoy no alcanzan ni para un cartón de huevos.
El teatro del “debido proceso”
Como de costumbre, la televisión oficialista no perdió tiempo y sacó un reportaje en Tele Turquino, asegurando que el juicio se hizo “con todas las de la ley” y que se respetaron las garantías procesales. Puro maquillaje para justificar un castigo brutal por un delito menor, en un país donde los verdaderos delincuentes —los de cuello blanco y carné del Partido— siguen impunes y campantes.
El tribunal se agarró del argumento de que el acusado “ocultó la droga con la intención de venderla” para aplicar la máxima severidad. Según ellos, la intención de comercializar marihuana en la ciudad representa una amenaza tan grande que justifica meter a alguien ocho años preso.
Un castigo desproporcionado en una isla desangrada
El Código Penal cubano establece penas de entre cuatro y diez años para estos casos, pero el tribunal decidió aplicar una de las más altas “en atención a la gravedad de los hechos” y al “perfil” del acusado. Claro, cuando se trata de castigar a los de abajo, el régimen no se tiembla la mano.
Además de la condena, el tribunal ordenó el decomiso del dinero, el teléfono, la marihuana y le prohibió al acusado salir del país. Todo esto en nombre de un sistema judicial que sigue actuando como brazo represor del poder político, en lugar de velar por una justicia real.
Mientras tanto, en las calles de Cuba, el pueblo sigue lidiando con apagones, hambre y miseria, y muchos jóvenes ven en el consumo de marihuana una válvula de escape frente a una vida sin oportunidades, sin futuro y sin derechos.
Pero no. El régimen prefiere hacer “juicios ejemplarizantes”, montando espectáculos judiciales para distraer a la gente del desastre nacional que ellos mismos han provocado. Porque aquí, el crimen no es tener marihuana. El crimen es ser pobre, inconforme y estar harto.
