El emprendedor cubanoamericano Frank Cuspinera Medina, creador del popular supermercado Diplomarket —apodado por muchos como el Costco cubano— lleva más de dos semanas plantado en huelga de hambre, encerrado en una celda de aislamiento dentro del temido Combinado del Este, en La Habana.
Su protesta arrancó el 1.º de junio y, desde entonces, su estado de salud se ha ido a pique. Padece de diabetes e hipertensión, condiciones que hacen que cada día sin comer sea una cuenta regresiva peligrosa para su vida. Una fuente cercana a su familia, que prefirió mantenerse en el anonimato por miedo a represalias, aseguró a 14yMedio que “la situación está crítica”.
“Justicia o nada”
En un acto desesperado, Cuspinera hasta dejó de tomar agua durante los primeros días. Recién ahora acepta algo de líquido, pero sigue en su negativa total a ingerir alimentos, exigiendo justicia ante lo que considera una farsa judicial montada en su contra.
Desde que fue arrestado en 2024, las autoridades lo acusan de supuestos delitos de evasión fiscal, lavado de activos y tráfico de divisas. Pero sus allegados no tienen dudas: todo ha sido un montaje orquestado por la Seguridad del Estado, con un proceso viciado desde el inicio, sin derecho real a defensa ni garantías mínimas.
En mayo pasado, Cuspinera escribió a mano una carta desde prisión, denunciando públicamente las graves violaciones legales que sufre. En ella no se guardó nada: acusó directamente al sistema judicial cubano de manipular su caso y pidió la intervención del Departamento de Estado de EE.UU. y organismos internacionales. Un grito desesperado que, hasta ahora, el régimen ha ignorado olímpicamente.
Presión, chantaje emocional y represión maquillada
Las autoridades carcelarias intentaron por todos los medios hacer que abandonara su huelga. Le dejaron hacer algunas llamadas para que sus seres queridos lo convencieran de comer. Incluso quisieron montar una “dinámica familiar” de manual, llevándole a su esposa Camila Castro —también bajo investigación— para que lo hiciera desistir. Pero el plan fracasó: Camila fue, sí, pero ni siquiera la dejaron verlo.
“Eso fue puro teatro para cumplir con el papeleo institucional, sin pensar en lo más mínimo en la salud emocional de nadie”, dijo la misma fuente que conversó con 14yMedio.
Un mensaje de terror para los emprendedores
El caso Cuspinera ha sido una bofetada directa al incipiente sector privado cubano. Muchos dueños de mipymes lo ven como lo que es: una advertencia brutal del régimen a quienes sueñen con prosperar fuera de su control.
Desde el principio, todo fue extraño. Las autoridades presentaron la denuncia por evasión fiscal sin haber hecho primero una auditoría. Luego vino la redada de la DTI, la suspensión inmediata de las licencias de sus negocios —Cuspinera SURL y Kmila-mart—, y la parálisis total de sus operaciones.
“Pensábamos que era un malentendido y que lo resolverían rápido, sin necesidad de encierro”, contó la fuente. Pero lo que vino después fue un abuso tras otro, con un proceso cada vez más oscuro y autoritario.
La acusación gira en torno a que el dinero no se depositaba en bancos, lo cual, según el oficialismo, generaba malestar entre la población. Pero la verdad es que ese tipo de manejo de efectivo es el pan de cada día en Cuba, porque el propio sistema te obliga a moverte en la ilegalidad si quieres importar y mantener un negocio vivo.
Como bien dice el sentido común callejero: “aquí todo el mundo sabe que sin mover divisas por la izquierda, no hay pyme que aguante”. Y el régimen lo sabe. Pero prefiere hacerse el ciego para luego usar esos “delitos” como arma de control y castigo.
Un sueño roto por el castrismo
Hoy, Cuspinera lucha por su vida en una celda helada y cerrada. Lo que una vez fue un sueño de emprendimiento, de aportar al futuro económico del país, se convirtió en una pesadilla carcelaria. Su huelga de hambre no es solo una protesta personal: es también una denuncia viva del infierno que enfrentan quienes se atreven a soñar en libertad dentro de una dictadura que asfixia a cualquiera que no le rinda pleitesía.
Porque en Cuba, triunfar fuera del aparato estatal es un pecado imperdonable. Y el precio que se paga puede ser la libertad… o la vida misma.