Mientras en medio país se derriten los alimentos en los refrigeradores y la gente se abanica con tapas de olla por falta de corriente, Gerardo Hernández Nordelo, exespía y actual jefe de los tristemente célebres CDR, apareció en la televisión estatal contando cómo en su casa los apagones son casi… ¡una aventura infantil!
En una entrevista que pretendía ser emotiva por el Día de los Padres, Hernández Nordelo compartió junto a sus hijos una escena que más parecía de un cuento de hadas revolucionarias. Uno de los pequeños soltó entre risas: “Cuando se va la luz, papá nos deja buscar dulces escondidos”, a lo que el propio Gerardo añadió con gracia: “Ese es el ratoncito de apagón”.
Así, como si los apagones en Cuba fueran un simple juego de niños.
Mientras unos juegan, otros sobreviven
Pero fuera de esa burbuja donde los dulces reemplazan el drama, la realidad de millones de cubanos es muy distinta. Cuando se va la luz, la mayoría no juega: llora, suda, desespera. Hay madres que no pueden cocinarle a sus hijos, abuelos que caminan a ciegas en la oscuridad de sus casas, y familias enteras que pierden lo poco que tienen en los refrigeradores apagados.
Los apagones no son un invento del calor ni una travesura eléctrica, son la consecuencia directa del colapso energético provocado por décadas de ineficiencia, corrupción y abandono estatal.
Una burla desde la cúpula
Lo más grotesco es que quien pinta esta crisis como una “tierna anécdota familiar” es precisamente uno de los engranajes del aparato de control del régimen. Los CDR, que él dirige, han sido por años el ojo del gobierno en cada cuadra, reprimiendo al disidente y celebrando la miseria como si fuera resistencia heroica.
No es la primera vez que desde el poder se intenta maquillar la tragedia con sonrisas impostadas. La estrategia es clara: normalizar lo anormal, romantizar la crisis, y hacerle creer al pueblo que vivir en la oscuridad es casi un acto poético.
Pero no, no hay nada romántico en perder diez horas de luz al día. Ni en ver a tus hijos tratando de estudiar a la claridad de una vela mientras afuera se derrite el país.
Un símbolo de la desconexión absoluta
La historia del “ratoncito de apagón” no genera empatía. Lo que provoca es rabia, impotencia y la confirmación de que esa cúpula gobernante vive en un país paralelo, ajeno al dolor del cubano común.
Mientras Gerardo cuenta su cuento azucarado para la cámara, millones sienten que se les va la vida entre apagones y promesas rotas. Y esa “ternura” ensayada no alcanza ni para alumbrar un cuarto, mucho menos para ocultar la crisis monumental en la que han hundido a Cuba.
El verdadero apagón no es el eléctrico, es el apagón moral de quienes deberían servir al pueblo y solo saben burlarse de él desde su privilegio.