En medio de los apagones eternos y la escasez que ya es rutina, hay gestos que brillan más que cualquier farol apagado por la crisis. En Cárdenas, Matanzas, un ponchero de a pie, sin más recursos que sus manos y su ingenio, ha logrado lo que el régimen no puede ni quiere: mantener viva la esperanza del barrio.
Mientras los de arriba siguen echando cuentos y culpando a “bloqueos”, abajo, donde se siente el verdadero calor —literal y figurado—, hay gente que se reinventa con lo poco que tiene. Mercedes Luzardo, una vecina cardenense, compartió en redes una postal que lo resume todo: solidaridad, humildad y resistencia.
“Mi casa queda metida en un pasillo, no se ve la calle desde la ventana. Pero cada vez que me asomo a la reja, lo que veo me alegra el día: ahí está el mejor ponchero de Cárdenas, no solo porque sabe lo que hace, sino porque se niega a clavarle el precio a los vecinos”, escribió Mercedes con ese orgullo que solo da la decencia compartida.
Un horno de carbón, un acto de rebeldía
Sin corriente y con el país paralizado por una crisis energética que no parece tener fondo, este ponchero y su familia dijeron: “¡A la candela!” Y no en sentido figurado. Montaron un horno de carbón en plena calle, no solo para mantener su sustento, sino para regalar calor a quien lo necesite.
Cada mañana, el humo se mezcla con el aroma de un café que no siempre alcanza, pero que se cuela con cariño. “Muchos vecinos vienen a calentar su cafecito en las brasas que dejamos encendidas. Nos ayudamos entre todos”, contó Mercedes. Y en esa frase hay más política real que en todos los discursos vacíos del noticiero.
Compartir el fuego es resistir
En tiempos donde todo escasea —el pan, el aceite, el aliento—, lo que no falta es gente dispuesta a ser útil. Este ponchero no solo mantiene su puesto, sino que reparte calor humano, una llama que ningún apagón puede extinguir. Y aunque su horno sea de carbón, lo que realmente quema es la dignidad de hacer el bien sin pedir nada a cambio.
La historia de este hombre y su familia contrasta con la otra cara de la isla: la de las madres que amanecen sin comida, el calor que sofoca sin abanicos, y los jóvenes que tienen que cargar cubos de agua como si buscaran oro. Todo mientras los que gobiernan viven ajenos al desastre que han sembrado.
Cuba, la real, no está en las estadísticas del Partido. Está en los pasillos de barrios como Cárdenas, donde el café se cuela en braseros callejeros y la solidaridad se reparte como el mejor de los lujos. Porque cuando el Estado no da, el pueblo se da entero.