En el municipio de Songo-La Maya, provincia de Santiago de Cuba, dos hombres fueron echados tras las rejas por mover carne de res clandestinamente en un carro que, para colmo, era del Estado. Sí, como lo lees: usaban un vehículo de la mismísima Empresa de Acueducto y Alcantarillado para hacer la “movida”.
La historia terminó, como casi siempre, con un juicio “público y ejemplarizante”, según se apresuró a declarar la prensa oficialista. El Tribunal Municipal no dudó en desplegar toda la maquinaria legal para castigar lo que, para muchos cubanos, es simplemente una forma desesperada de sobrevivir.
Tres sacos y 118 razones para encerrarlos
Según la nota, los hombres llegaron de noche a la zona de Los Reynaldo, donde recibieron tres sacos con 118 kilos de carne de res. Pero la jugada les salió mal. Una denuncia anónima —que uno ya no sabe si fue de un vecino o de un chivato profesional— activó a la policía y les cayeron en La Maya cuando iban de regreso, como si estuvieran transportando droga en vez de carne.
La justicia revolucionaria fue rápida y feroz. Uno de ellos, que nunca había tenido líos con la ley y aún estaba vinculado laboralmente, recibió 4 años y 6 meses de prisión. El otro, reincidente, se ganó seis años enteritos. A los dos les cayeron también con sanciones adicionales: sin derechos y sin poder salir del país.
La carne sigue siendo delito, pero el hambre no tiene juicio
Lo que la nota oficial no dice —y claro que no va a decir— es que este tipo de “delitos” son solo la punta del iceberg. En un país donde la carne de res es un lujo de millonarios y solo se encuentra en las tiendas en MLC o en el mercado negro, ¿quién no se ha visto tentado a hacer magia para alimentar a su familia?
El régimen, en vez de buscar soluciones reales, sigue armando shows judiciales para aparentar que tiene el control. Pero el verdadero crimen no es el sacrificio ilegal, sino la escasez, la inflación y la miseria que obligan a los cubanos a jugársela por un pedazo de bistec.
No es un caso aislado. Es rutina nacional.
Solo en Holguín, el año pasado se reportaron más de 7 mil reses perdidas por hurto y matanza. En Guanabacoa, hace unos días, desmantelaron otra red de matarifes. Y en Boyeros, la gente terminó descuartizando un animal muerto en plena calle. Eso no es delito: eso es desesperación.
Mientras tanto, los culpables de la crisis —los que llevan más de 60 años exprimiendo al pueblo— siguen campantes. No hay juicio público ni ejemplarizante para los que han convertido al cubano en un sobreviviente por instinto.
Pero claro, mientras se ocupen de los matarifes, el régimen se lava las manos, apunta a los pobres como criminales y se olvida, como siempre, de que el verdadero problema no está en el campo, sino en el poder.
