La miseria que se respira hoy en Cuba no solo se traduce en neveras vacías y salarios que no alcanzan ni para una barra de pan. También se manifiesta en las mil y una formas de “resolver” que han tenido que inventarse los cubanos, incluyendo aquellos que trabajan para el mismísimo Estado. Esta semana, un escándalo en Manzanillo dejó en evidencia cómo la corrupción ya no se esconde, sino que circula por las calles en carros estatales y con las gomas bien infladas.
El hecho ocurrió cerca de la carretera del Cementerio —nombre que, por cierto, le viene al pelo al panorama del país—, donde un chofer estatal fue sorprendido por la policía cargando más de 3.000 cajetillas de cigarros criollos y 200 mil pesos en efectivo. Todo eso, sin un solo papel que justificara la mercancía ni el dinero. Así, con la cara de “yo no fui”, quedó retratado en el parte de los medios oficialistas, esos mismos que intentan vender el caos como si fueran triunfos contra el crimen.
Lo ilegal es lo que funciona
Este tipo de incidente ya ni sorprende. En todo el país, la red de ilegalidades se ha vuelto la norma, no la excepción. Desde tabaco hasta medicinas, pasando por café, carne y hasta pañales, todo se mueve por debajo del mantel porque el mercado oficial no ofrece ni la sombra de lo que hace falta para vivir. Lo que antes era delito, hoy es casi lógica de supervivencia.
Y mientras la dictadura sigue dándose golpes en el pecho con sus “logros revolucionarios”, la realidad es que hasta sus propios empleados están metidos en el ajo. ¿Cómo se explica que un vehículo estatal circule como mula cargado hasta los topes? Fácil: no hay control, no hay vigilancia y no hay ética que sobreviva al hambre.
Desconfianza total y miedo oficial
La propaganda del régimen, tan obsesionada con el control, ha tomado las redes sociales como campo de batalla. Cuentas manejadas desde los círculos de vigilancia publican estos decomisos como si fueran medallas, pero en realidad lo único que muestran es el tamaño del derrumbe moral y económico del país. Ya no se trata de cuatro vivos haciendo trampas: se trata de una sociedad entera empujada al borde, donde lo legal no paga, pero lo ilegal sí da para comer.
El caso de Manzanillo deja claro que el sistema está podrido hasta la raíz. Empresas estatales operando como fachadas, choferes convertidos en comerciantes clandestinos, y todo un aparato gubernamental más preocupado por meter preso a un bodeguero que por garantizar un litro de aceite.
El régimen reprime, pero no resuelve
Mientras tanto, el gobierno sigue tirando palos a ciegas. Prefieren usar la represión como escudo antes que admitir que su modelo fracasó hace rato. ¿Y qué pueden ofrecer a cambio? Salarios de miseria, apagones eternos, y una libreta que cada vez da menos. En ese panorama, no es de extrañar que el delito se vea como única opción.
En la Cuba actual, sobrevivir se ha vuelto un acto subversivo, y para muchos, la única salida es moverse por los caminos que el propio sistema les niega. Porque si algo ha dejado claro este nuevo escándalo en Granma, es que ni el Estado se salva del desespero que ellos mismos han creado.