Este martes, la capital cubana volvió a quedar empapada hasta los tobillos, tras un aguacero que cayó con ganas sobre La Habana y dejó a medio Vedado convertido en un canal. Las imágenes no tardaron en circular por las redes, donde vecinos compartieron escenas surrealistas: calles anegadas, agua hasta las rodillas y gente buscando la forma de cruzar sin terminar empapado o perdiendo una chancleta.
“Hola, Habana…”, decía el post en Facebook del programa del mismo nombre, acompañando un video desde el municipio Plaza de la Revolución, donde una vez más la lluvia volvió a hacer lo que la Revolución no: poner a correr a todo el mundo.
¿El problema? El de siempre: un sistema de drenaje más viejo que el Malecón
Basta con que caiga un chubasco un poco fuerte para que el desastre se repita. La falta de mantenimiento, el deterioro acumulado y una infraestructura que ya no aguanta ni una llovizna con seriedad, convierten cualquier nube negra en una pesadilla para los habaneros. Es como si estuviéramos esperando al próximo ciclón… con los brazos cruzados y los tragantes tapados.
Y lo peor es que esto no es una sorpresa. Los expertos ya habían advertido que la temporada ciclónica 2025 venía “con filo”. Arrancó el 1 de junio y promete ser de las más moviditas, con una alta probabilidad de tormentas, lluvias intensas y huracanes que no vienen precisamente a turistear.
La Universidad Estatal de Colorado ya lo dijo sin rodeos: se esperan al menos 17 tormentas con nombre, de las cuales 9 podrían convertirse en huracanes, y 4 de ellos en bestias de categoría 3, 4 o incluso 5. Mientras tanto, el régimen sigue repitiendo discursos y parchando problemas como quien pega un ventilador roto con tape.
La calle está dura… y mojada
Cada vez que cae un aguacero en Cuba, lo que se destapa no es solo el alcantarillado, sino también la incapacidad de un gobierno que no puede garantizar lo básico: ni viviendas resistentes, ni drenaje funcional, ni una estrategia seria para proteger a su gente. El agua saca a flote todo lo que intentan esconder: el abandono, la improvisación, la desidia.
Así que, mientras esperamos que escampe, la realidad es clara: la Habana no se inunda por la lluvia, se ahoga por el abandono. Y cuando empiece de verdad la temporada de ciclones, no será el viento quien más daño haga, sino el desastre que ya se viene arrastrando, gota a gota, gobierno tras gobierno.